¡Oh, los intelectuales, destruyendo los telares del pensar! Arcadi Espada

Actualizado Sábado, 1 abril 2023 – 22:31

Ningún periódico escribió: «Un hombre trans asesina a seis personas en una escuela cristiana». La identidad como valor fuerte solo opera para la víctima

¡Oh, los intelectuales, destruyendo los telares del pensar!
SEQUEIROS

(Nashville) Ningún periódico español escribió este titular: «Un hombre trans asesina a seis personas en una escuela cristiana». Tampoco lo veo en los más importantes periódicos americanos. Era el titular más preciso después de que el jefe de la policía de Nashville declarara que el asesino se identificó como transgénero y que en su perfil de LinkedIn se manejaba como varón. La selección de los rasgos del protagonista es uno de los asuntos delicados de las noticias. De ahí la protesta cuando se destaca alguno perfectamente llamativo (negro, rico, gay) pero marginal en el contexto de los hechos. Un ejemplo reciente y de gran interés fue el caso de las gemelas suicidas de Sallent. La doble condición argentina y la presuntamente trans de una de ellas (la que murió) estuvieron disputándose los titulares que trataban de fijar las causas del acoso escolar al que fueron sometidas. La opinión trans, por así decirlo, insistió en que se destacara esa presunta condición, de la que el indicio más sólido era la reciente voluntad de la niña de que la llamaran Iván. Y algunos periódicos prorrumpieron en sentidos mea culpa por haberle aplicado a Iván el pronombre que correspondía a su origen biológico. La justificación de todo ello era, obviamente, su condición de víctima. De víctima trans.

En el caso del tiroteo de Nashville lo trans deja de ejercer el rol de víctima y se convierte en rasgo destacado del agresor. Casi siempre es de una gran audacia epistemológica vincular, en minutos, una determinada circunstancia humana con el móvil de una agresión; pero es de esa veteranísima audacia del periodismo de la que hay que partir. Los periódicos no solo derivaron a la maleza entre párrafos los rasgos trans del asesino, sino que destacaron la rareza de su condición femenina. La revista Mother Jones, citada por el diario Abc, precisaba que en los últimos 30 años sólo tres mujeres habían participado en América en algún asesinato masivo. Pero ni siquiera esa rareza objetiva les llevó a la pregunta elemental, es decir, hasta qué punto se trataba, en Nashville, de una mujer.

Un hombre trans es alguien cuyos niveles de testosterona originarios o adquiridos son más altos de lo que es lo habitual en las mujeres. Y la relación entre los niveles de testosterona y la agresividad es un lugar común y además verdadero. En su impetuosa fijación del móvil los periódicos no debieron soslayar esta evidencia. Pero es fácil sospechar por qué lo hicieron. La identidad como valor fuerte solo opera para la víctima. Salvo, naturalmente, en el caso del varón blanco heterosexypatriarcal, reventado de testosterona, cuya identidad solo puede ser reconocida como agresora. Y en la que jamás se podrá reconocer a trans alguno, porque bien en el camino de ida o en el de vuelta probó mujer, y su descargo.

(Tragando) Iglesias padre demandó al columnista de este periódico, Santiago González, por haberle llamado terrorista de la transición. Pero hace semanas le ofreció retirar la demanda si González renunciaba al cobro de las costas. Sospecho que su decisión estaba claramente influida por la del juzgado de Zamora de hacerle pagar costas, luego de haber desestimado la demanda contra Cayetana Álvarez de Toledo que interpuso por la misma razón. El añadido interesante es que pretendía incluir en el pacto una cláusula que habría impedido a González escribir una línea más sobre el pasado de Iglesias. Ignoro si lo hizo invocando la Memoria Democrática. Pero González se negó. ¡A ver si va a haber tantos temas principales sobre los que escribir en España! González se negó e Iglesias tragó. Como debe cualquier hombre tragar con el pasado y sus costas.

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