Lo que antes era galantería y cortesía, seducción y ternura, ahora es contrato
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Blue night (26/3/2023)

29/03/2023 a las 21:01h.
Una amiga de 25 años me llama para explicarme que ha quedado por Tinder con un chico de 34 y que al cabo de diez minutos de agradable conversación le ha pedido que fuera su mujer, que fueran a vivir juntos; y le ha especificado que él se haría cargo de los gastos, incluidas las cenas, almuerzos, viajes y otras actividades que la pareja hiciera partir de aquel instante; y que además estaba dispuesto a asignarle una mensualidad de 3.000 euros para sus gastos personales.
Mi amiga me pregunta si en caso de aceptar tendrá remordimientos de prostituta. Todas las relaciones son transaccionales, le digo, y ésta no lo sería más que las demás. Ésta estaría basada en el estricto consentimiento, desaparecido el romanticismo y el príncipe azul que tanto molestan a las feministas. Un consentimiento es un contrato, por crudo que os resulte tener que aceptarlo. Las palabras tienen consecuencias, no sólo significado. El chico podría haber sido menos obvio en su propuesta pero es engañarse creer que no hay intercambio también de dinero en la relaciones de pareja o matrimoniales. Pienso en los hombres a los que conozco y quiero y creo que no me equivoco si escribo que serían más felices que unas Pascuas si sus esposas sólo les costaran 3.000 euros al mes.
No sois prostitutas. Sois feministas. Y lo que antes era galantería y cortesía, seducción y ternura, ahora es consentimiento, es decir, contrato, y como en todos los contratos llega un momento en que hay que negociar la cifra. Con lo simpática y leída que es mi amiga, y lo hermosa, mi único consejo es que revise al alza la tarifa.
Cuando tuve 34 años no me habría atrevido a plantear semejante conversación ya entonces sabía, como mis padres y mis abuelos, que un matrimonio civilizado funciona en estas condiciones, o en otras muy parecidas. Al joven de mi amiga habría que darle alguna clase de empatía pero su planteamiento es realista y es absurdo llamarle machista. Por experiencia he conocido que las que más se escandalizan cuando lo evidente aflora no suelen ser las más dignas, sino las más caras.
A mí me gustaba más antes, cuando todo era más suave. Me gustaba más abrir la puerta, ceder el paso, los restaurantes –Via Veneto lo hacía– que ofrecían la carta sin precios a las damas. Nos llamasteis machirulos, nos acusasteis de patriarcado y Dios sabe de qué otras barbaridades. No tengo ningún amigo que no haya sido cuestionado, insultado y humillado por haber intentado ser generoso y amable.
No me sorprende que los jóvenes de hoy prefieran discutir minuciosamente las condiciones del consentimiento. No me extraña que lo hagan en la primera cita, porque igual la segunda es con su abogado, a través de un cristal y bajo 100.000 euros de fianza. Al final mi amiga no ha dado su consentimiento. Un amigo común que cenó con ella ayer me dice que cree que la cita no existió y que sólo es un desesperado intento de llamar mi atención.