El deporte, la guerra y los andamios. Arcadi Espada

Actualizado Sábado, 25 marzo 2023 – 2

Cualquier hombre que compita con una mujer por una distinción cualquiera debe saber que compite con una dopada

El deporte, la guerra y los andamios
SEQUEIROS

(Estafados) El asunto del Fútbol Club Barcelona y este Negreira está siendo juzgado a la peligrosa manera de Carl Sagan y su magufería, tantas veces científicamente ensalzada, de que la ausencia de pruebas no es prueba de ausencia. Es evidente que el Barcelona pagó. Tanto como que fue víctima de un fino estafador dispuesto a aprovecharse del legendario victimismo de los catalanes y de su principal brazo armado. Les creo, absolutamente, cuando arguyen que solo buscaban neutralidad. Están tan acostumbrados a perder, que aun disponiendo del mejor equipo de fútbol de los siglos XX y XXI siguieron pagando por lo que pudiera pasar. El estafador logró convencerles de que lo que iba pasando por puro efecto de la naturalidad de las cosas pasaba por obra suya y de su vigilancia. Y cómo subió la cuota en el Proceso, cuando la neutralidad se había puesto por las nubes. La situación la resume bien el propio iniciador de los pagos, Joan Gaspart, un cuerpo humano en el que el victimismo y la dificultad cognitiva se aliaron hasta alcanzar el punto de nieve que la estafa requería. Pasar al Barcelona por el VAR es un ocioso ejercicio. Otra cosa sería pasarlo por el Wechsler.

(Pasado) No le hizo ningún favor a la Transición la moción de censura. Apareció tan envejecida como Ramón Tamames. La razón es la misma en un caso que en otro: haber abandonado la historia para instalarse en el presente. El haberlo hecho por iniciativa de un partido que reniega del régimen del 78 es, además, especialmente sarcástico. Es comprensible que la izquierda traiga la Transición y la Guerra Civil al debate público. La izquierda perdió una y otra, y su interés político y psicológico estriba en tratar de ganarlas, mediante decisiones legislativas y obscenas reescrituras del pasado. La izquierda española es una venganza, y de ahí su acuerdo ontológico con el nacionalismo. Pero la derecha no debe participar más en esa brega. La derecha dirigió la Transición con el asentimiento de una izquierda que, a fuerza de entusiasmo reformista, disimuló su flaqueza para imponer las condiciones de la ruptura. Los partidos, los sindicatos, el movimiento vecinal o cualquier otra irrelevancia de masas tuvieron poco que ver en el éxito de la Transición. A pesar de los hechos la derecha insistió e insiste en que la Transición fue una obra de todos. La explicación es simple: haciendo de la Transición una obra de todos, la derecha confiaba en que la izquierda se aviniera a hacer tabla rasa del pasado. Pero ahora que la izquierda pone el pasado constantemente sobre la mesa, la derecha ya no tiene necesidad de contorsiones: la Transición fue su obra exclusiva, está alojada en la historia y no hay nada más que añadir. Ni tiempo que perder. Políticamente, la derecha debe dejarle a la izquierda todo el pasado. Es casi un acto de piedad, viendo lo que la izquierda hizo con él cuando era presente. Todas esas batallas de la izquierda son lanzadas a moro muerto para usar la expresión del propio Tamames en la moción de censura. Su importancia solo depende de que encuentren eco polémico. Mientras la izquierda se lame, la derecha debe abordar su grave problema político: cómo convertir la masacre cultural en batalla cultural. Es decir, cómo definir su trinchera y cómo defenderla. La izquierda perdió hace mucho tiempo la posibilidad de organizar económicamente el mundo, pero culturalmente extiende su monopolio, cada vez más dogmático y reaccionario. Desahuciada la Iglesia, ya solo útil para las metafísicas privadas, la derecha requiere de un nuevo patrón bioético. No sólo para no perder las elecciones, sino sobre todo para no perder aun ganándolas. Si se quiere entender esto en profundidad conviene observar una y otra vez el posado, también textual, de Núñez Feijóo en Yo Dona.

(Academia)Jon Juaristi, filólogo y poeta como lo son todos los grandes escritores y un sabio valeroso, no entrará en la Real Academia de momento, y yo espero que no entre nunca y sea a partir de ahora por su propia voluntad. Porque este jueves fueron sus colegas académicos los que lo apartaron en beneficio de una. Se entiende el poderoso argumento operante, pero no que los grandes deban transigir con él. Cualquier hombre que compita con una mujer por una distinción cualquiera debe saber que compite con una dopada. Las únicas excepciones son el deporte, la guerra y los andamios. No es extraño que los varones se estén volviendo cada día más acémilas. Una solución es instaurar en el resto de actividades la separación de sexos que rige en el deporte, donde las mujeres compiten entre sí porque de otro modo perderían siempre. Reales academias de hombres y de mujeres, por ejemplo, y no mareen más. Otra solución es el inmenso abanico de oportunidades, como escriben en las mercerías, que ofrece el mundo trans. Estos días la Federación mundial de atletismo ha prohibido competir con mujeres a las atletas trans, o sea, a los hombres que mostrando una variable gama de argumentos exigen que las consideren mujeres. Una decisión de gran transcendencia, también simbólica, porque supone el reconocimiento de un tercer sexo o, si se prefiere, la negativa a reconocer otro sexo que el de origen. Pero las dificultades que pone el deporte, esa objetividad sin contemplaciones, no son las mismas que pone la Academia. Todo lo contrario. Dentro de poco, y siempre bajo la permeable dirección de Santiago Muñoz Machado, la posibilidad de un académico trans será altamente valorada. Y a diferencia del deporte no habrá federación que ponga la menor pega. He escrito que Juaristi no debe volver a intentarlo, pero otra cosa es que optara a fondo por la filología y se aplicara a reconstruir, fijar e interpretar su cuerpo como lleva haciéndolo tanto tiempo con los textos.

(Feriantes) Fue en las calles de París, en mayo de 1968, donde la revolución se convirtió en una atracción de feria, con todas sus amenidades: el riesgo, el vértigo, el desafío y la ausencia de mayores consecuencias. De los adoquines de aquellos días quedó, sobre todo, una constatación de la que policías y manifestantes presumían al unísono: ni un muerto. Algo similar sucedió en Cataluña durante las manifestaciones que se sucedieron tras la condena de los delincuentes nacionalistas. Aunque, esta vez, a un desdichado policía, golpeado vilmente, le rompieron la carrera para siempre. Estos días en París la atracción se repite, de momento sin más graves consecuencias que las heridas de 500 policías haciendo de sparrings de la democracia y las pérdidas económicas que se derivan del vandalismo. Al igual que hay un calendario europeo de fiestas populares lo hay para la revolución feriada, aunque lógicamente las fechas sean más imprevisibles. En Francia, en España, en Alemania, en Italia, en el Reino Unido o en cualquier otra nación se desencadenan de pronto los disturbios, aprovechando alguna decisión de los Gobiernos o algún incidente fortuito. Internacionalistas de la algarada viajan de una ciudad a otra, como ha podido comprobarse innumerables veces. Aunque ese profesionalismo es minoritario. Los feriantes locales se bastan y se sobran para incendiar miméticamente las calles, favorecidos ahora sus métodos por el ir y venir de las redes sociales. La violencia en las calles de Francia tiene que ver con la edad de jubilación tanto como la muerte de Cristo con las masas volcadas panza arriba en las playas de Semana Santa. Una ventana de oportunidad, como dicen en las cristalerías. Gobierno y oposición no colocan esta violencia en el lugar que le corresponde. Es normal que la oposición ennoblezca las protestas y trate, así, de ennoblecerse. Más extraño es que lo haga el Gobierno. Lo cierto es que prepara el terreno para cuando venza y vuelva a las calles la paz jubilosa, nunca mejor dicho. El ennoblecimiento del enemigo (incluso poético: «A menudo la muchedumbre traiciona al pueblo», dijo Víctor Hugo y con él Macron) es una apuesta a medio plazo. Quedarían los medios para contar la verdad. Pero convertir el Apocalipsis en un furibundo parque de atracciones haría peligrar un negocio basado en que el mundo se acabará mañana y el periódico estará allí para dar la primicia.

(Ganado a las 14:52, horas después de haber descubierto en el barrio de La Viña de Cádiz la legendaria taberna Las Banderas -apenas tres meses tiene de leyenda- y a Leo Power y Pablo Domínguez sometiendo Summertime por bulerías).

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