Cara (y cabeza) de cemento armado. Arcadi Espada.

Actualizado Sábado, 26 noviembre

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La asombrosa reacción generalizada a las palabras de Toscano prueba el blindaje de las mujeres ante las sospechas de una mala conducta moral, y extiende la discriminación positiva hacia territorios absolutamente imprevistos

Cara (y cabeza) de cemento armado
SEQUEIROS

(En profundidad) En el Congreso de los Diputados, y en el debate de los Presupuestos Generales, concretamente de la sección destinada al ministerio de Igualdad, la diputada Carla Toscano del partido Vox le reprocha a su titular, Irene Montero, que a propósito de las consecuencias catastróficas de la ley del sí es sí haya insultado a los jueces: «Hay que tenerla de cemento armado [la cara, probablemente, según indica la convención de la lengua castellana] para insultar a profesionales que se han pasado años estudiando Derecho y una oposición, cuando el único mérito que tiene usted es haber estudiado en profundidad a Pablo Iglesias». Estas palabras provocan el alborozo de los diputados de Vox y el rechazo -«¡fuera, fuera!»- de algunos diputados de la izquierda. Al acabar de escucharlas, la ministra compone una cara de Dolorosa adolescente, en la que se advierte congestión e incluso el presagio de una lágrima. No pasan demasiadas horas para que todos los partidos políticos, a excepción de Vox, rechacen como un solo hombre las palabras de Toscano. Begoña Villacís, del partido Ciudadanos, dice que ha sido «asqueroso». Y la señora Cuca, del Partido Popular, declara que «nadie tiene derecho a ofenderla [a la ministra] y entrar en su vida personal». En la izquierda el reproche genérico es que la diputada Toscano ha utilizado «la violencia política». O para decirlo con las deficientes palabras de la locutora Barceló, en la cadena Ser: «La violencia política llevada al máximo extremo». Los periódicos están en lo mismo. Este donde me gano el jornal habla en su editorial del «indefendible ataque». En El País el desfile de tontos es de una emotiva marcialidad y su editorial tilda las palabras de la diputada de «recurso que repugna a la conciencia democrática». El editorial da instrucciones, además, para que los partidos arbitren «consecuencias reglamentarias a quienes atentan contra la dignidad básica de las mujeres». Este último punto es de especial interés, dado que de no haberse producido a día de hoy cambios registrales, Carla Toscano es una mujer.

El reproche de Toscano a Montero tiene un fondo muy convencional. Y antiguo. La Wikipedia lo sitúa al menos en Pisístrato (607-527 a.C.). Un tirano griego que «entregó la mayoría de los cargos políticos y públicos a sus familiares más cercanos» e inauguró la acción que recibirá más adelante el nombre de nepotismo. La acusación de Toscano tiene una base fáctica indiscutible: el matrimonio Iglesias/Montero coincidió en el Consejo de Ministros del Gobierno de España, él como vicepresidente político y ella como ministra de Igualdad. Aunque es una situación por completo insólita, sin muchos precedentes, admito que pudo deberse a una casualidad que no afecta al mérito. Incluso, si hubo nepotismo, pudo haber sido a la inversa e Iglesias el que estudió en profundidad a Montero. En este caso, por cierto, la alusión habría tenido una connotación sexual más coherente. Estoy seguro de que muchos de los críticos de Toscano han pedido las sales por la aparición de la palabra profundidad. Pero no ha lugar. A diferencia de lo que habría ocurrido de ser Iglesias el estudioso y el que por tanto profundizara, la impronta sexual cede; más parece que, antes de recurrir a la consabida vía vaginal meritocrática, Toscano aludiera a un genérico trabajo de campo de Montero para ganarse la voluntad de su marido líder y vicepresidente. Que lo estudió, vaya. Un trabajo menos de coño que de codos. En cualquier caso, «haber estudiado en profundidad», esta manera irónica de acusar a la pareja de nepotismo, uno por pasivo y la otra por activa, no vulneró ningún protocolo. Antes bien, y comparado con el barrizal sintáctico y moral en que hoza tantas veces la lengua de la podemia, fue una manifestación de cáustica elegancia parlamentaria. El único reproche cognitivamente homologable que pudiera haberse hecho a la diputada Toscano habría sido preguntarle dónde guarda las pruebas de tal nepotismo. Pero el calado del absurdo se evidencia ante la mayúscula posibilidad de tener que pasar todas las afirmaciones de la refriega parlamentaria por el cedazo de la prueba fáctica.

La asombrosa reacción generalizada a las palabras de Toscano prueba el blindaje de las mujeres ante las sospechas de una mala conducta moral, y extiende la discriminación positiva hacia territorios absolutamente imprevistos. Es sabido que en un crimen sexual la mujer tiene un plus de crédito como víctima del que el hombre víctima no goza en ningún otro supuesto. Pero el caso Toscano enseña que este plus ya se extiende más allá del sexo: Montero no puede ser acusada de beneficiarse (¡esa palabra que le faltó a la diputada!) del nepote, por la exclusiva razón de que es mujer. Una mujer no delinque. Es puramente extraordinario que la señora titular -y otras tantas cucas- haya dicho sobre el asunto que «nadie tiene derecho a entrar en su vida personal», frase connotativamente imprudente de entrada. ¿Podría explicar entonces nuestra Lisístrata cómo llevar a Pisístrato ante los tribunales, aunque se trate de los de la Historia? ¿Cómo denunciar el nepotismo sin entrar en la vida personal de los beneficiados?

Una parte del asombroso reproche tiene carácter estratégico. Así, estas bellas almas de la derecha gallega dicen que el exabrupto de Vox ha acabado salvando a Irene Montero de su peor momento político. Esta es la más profunda de las manipulaciones. Porque lo que salva a la ministra no es el presunto exceso de la diputada sino, justamente, la histérica sobreactuación de las reacciones. El histerismo, hecho puro cálculo político, es la reacción que se espera de la izquierda, especialista impune en convertir a cualquiera en un falacioso hombre de paja. Pero que el Partido Popular y Ciudadanos se adhieran acríticamente a la histeria es lo que acaba convirtiéndola en la única reacción legítima. El extravío estratégico de estas segundas voces se prueba, además, con la improbabilidad de que la polémica le cueste un solo voto a Vox. Quia le cueste. Lo más probable es que se los dé. Porque observado el panorama desde el puente, la amarga verdad acecha: Vox es la única garantía política de que la presión a que están sometidas la opinión, la crítica y la verdad en España no se reduzca a niveles asfixiantes. Y esta verdad amarga interpela sobre todo a Ciudadanos. En las guerras culturales poco se ha podido esperar siempre de la socialdemocracia curil del Partido Popular; pero Ciudadanos nació y creció para revolucionar el infierno y para que el perverso achique de espacios a que el nacionalismo ha sometido la vida española no se reprodujera en cualquier otra forma de identitarismo.

(El andaluz) El presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno, profirió el viernes un tuit que decía: «El andaluz se habla principalmente en Andalucía, Ceuta y Melilla y parte de la provincia de Badajoz. Se practica en Gibraltar y convive con el portugués en localidades colindantes con Huelva. Valoramos el andaluz sin complejos. Con orgullo». Me parece muy bien, y muy adulto, propio de una nacionalidad madurada, que escribiendo en español su tuit, Moreno no haya llamado andalú a su lengua, descartando el método de la inmadurez vasca cuando llama euskera a lo que hablan. Ahora bien: en esa suerte de imperialismo lingüístico que traza, sí noto la grave ausencia de Cataluña, que es, fuera de Andalucía, el lugar donde más andaluz se habla. A ver si es que el orgullo y la falta de complejos van a toparse con el andalucismo cordial.

(Ganado el 26 de noviembre, a las 14:15, 52 lpm, 35,4º).

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