Sus pocas luces. Salvador Sostres.

Companys asesinó a una democracia aunque luego lo fusilara Franco

Salvador Sostres

SALVADOR SOSTRES

16/10/2022

NO hay duda de que cualquier Estado democrático con pena de muerte hubiera igualmente fusilado a Lluís Companys. Quizás en el último suspiro, con los pelotones ya formados, una muy generosa medida de gracia le habría conmutado la pena capital por la prisión perpetua revisable; pero desde luego lo que Companys hizo tiene poca revisión. Fue un golpe de Estado violento y asesino. Y que lo fusilara Franco mediante juicio sumario no puede quitar gravedad a la actuación criminal y sanguinaria de quien además cometió su barbarie siendo presidente de la Generalitat.

Que el independentismo reivindique aún la figura de Companys como símbolo de la dignidad de Cataluña, es lo propio de un movimiento totalitario, tercermundista y que como hemos podido ver en los últimos años se caracteriza especialmente por su muy escasa inteligencia política.

Lo grave es que el Estado reaccione ante ello reculando, queriendo reparar su memoria para convertir a un golpista asesino en un héroe mártir. Lo grave es que España se sienta incómoda respecto de aquel momento de la Historia, y no tenga la solidez moral de reivindicarlo en nombre de la libertad y la convivencia. Que finalmente Companys fuera fusilado por los procedimientos del franquismo no significa que sus atrocidades no las cometiera contra una democracia, como por lo menos teóricamente, lo era la República, a pesar de los asesinos que como Companys acabaron colapsándola de horror y cadáveres.

Yo soy un firme partidario de la Transición y de que estos asuntos no sean argumento de confrontación entre españoles. No creo que este debate nos lleve a ninguna parte ni que avivar el rencor del otro, aunque los verdaderos ofendidos fuéramos nosotros, interese a un país que tiene por delante retos de mucha mayor relevancia y en los que nos jugamos demasiado como para ir perdiendo el tiempo y la energía en cuestiones que ya no pueden aportarnos nada.

Pero llegado el caso de que no todos sean tan razonables, ni tan generosos, y resulte inevitable volver a la vieja conversación, España no puede acudir acomplejada, cuando fue ejemplar; ni como verdugo, cuando fue una víctima; ni a pedir perdón a los que importándoles muy poco la vida de los demás pisotearon con un sangriento golpe de Estado la libertad y la democracia.

Que otros quieran enjaularnos en la leyenda negra es algo que por desgracia no podemos evitar. Que los enemigos de España lo sean principalmente de sí mismos, y no se den cuenta, por su falta de luces, que constantemente toman las decisiones que más les perjudican, podemos perdonarlo con condescendencia, altura de miras y hasta ternura, como fue el caso de los indultos a Junqueras y compañía. Pero de ninguna manera podemos cancelar lo mucho y bien que hicimos, tal como con la máxima humildad aprendemos de nuestros errores para escribir juntos un mejor destino.

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