Por fin flamenco de raíz en la Bienal, en el Maestranza, con la mas grande al baile, y tres cantaores hondos de verdad. Me llegó especialmente la seguiriya de Antonio Reyes, de Chiclana, la soleá de El Extremeño y las bulerías últimas de los tres cantaores. Grande Jesús Méndez, de Jerez. Un privilegio haberlo vivido. Aún resuena en mi mente.

Artículo de Marta Carrasco en ABC. “Su majestad, Manuela”

La bailaora sevillana presentó un espectáculo con un atrás de lujo, con nombres como Enrique Amador, Antonio Reyes y Jesús Méndez

Bolita embruja al público con la magia de su guitarra

Sevilla

29/09/2022Actualizado a las 07:38h.1

BIENAL DE FLAMENCO / CRÍTICA

‘Manuela’

  • Coreografía y Baile Manuela Carrasco 
  • Dirección de escena Antonio el Pipa 
  • Música Joaquín Amador 
  • Cante Enrique el Extremeño, Jesús Méndez y Antonio Reyes. 
  • Compás y cante Ezequiel Montoya y Juan Tomás 
  • Guitarras Joaquín Amador, Ramón Amador y Pepe del Moro 
  • Violín Samuel Cortés 
  • Violonchelo María Lomas de Goñi 
  • Teatro de la Maestranza Día: 28 de septiembre de 2022

El gran escenario del teatro de la Maestranza, lleno en su aforo, está oscuro. De repente una luz blanca dibuja un cuadrado en el mismo centro. De uno de los hombros surge una mujer vestida de blanco y envuelta en un gran mantón de Manila. El público estalla en aplausos, en gritos. ¡Manuela! Nunca hasta ahora en esta Bienal la salida de un artista había sido recibida de esta forma. Hay hambre de flamenco de raíz, hay ganas de ver bailar a la trianera.

Manuela Carrasco se queda quieta, se saca el mantón, lo deja caer en el suelo y entonces alza sus largos brazos haciendo un hermoso arco. Saca un pie hacia adelante, punta en el suelo. Gira. Luego con el izquierdo. Se vuelve hacia el atrás.

Su majestad, Manuela

Once músicos son su guardia de corps hoy. Los vemos (algo inusual en esta Bienal donde siempre están en oscuro). Se vuelve la bailaora hacia ellos y la guitarra comienza a sonar. Bulerías. Y ahí empieza la noche, con la palabra ‘Esencia’ en el título, algo que no dejará de estar durante la hora y media de espectáculo.

El baile de esta mujer está tan pegado a la historia y a la tierra que casi duele. Su zapateado es musical, trepidante, agresivo. Es como si sus pies volaran solos, mientras Manuela remata por bulerías con el cante de tres grandes: Enrique el Extremeño, Antonio Reyes y Jesús Méndez. No pueden ser más diferentes, cada uno tiene un quejío propio. Desde la complicidad de Manuela con el Extremeño, años actuando juntos, hasta el cante de Jerez de Jesús Méndez y la voz inmensa del gaditano Antonio Reyes, ganador de un Giraldillo de la XVIII Bienal.

La obra está magníficamente bien dirigida por Antonio El Pipa. El bailaor de Jerez ha conseguido que el espectáculo tenga tensión, con detalles hermosos, como hacer la salida de la bailaora por ambos hombros del escenario, ordenar el cante en solitario de la magnífica soleá por bulerías de los cantaores, significándoles, poniéndolos delante y con la chaqueta blanca, en lugar de negra. El detalle del mantón que queda en escena a boca de escenario hasta el final, las transiciones entre números con el violín de Samuel Cortés y el violonchelo de María Lomas de Goñi…, todos son detalles que dan una cohesión a la obra, donde la verdadera diosa es Manuela Carrasco. No podía ser de otra forma.

Tras las bulerías, con remates hacia adelante y bailando al cante, una magnífica ronda de fandangos de los cantaores, a la que sigue Antonio Reyes que se luce por tientos tangos con la guitarra de Pepe del Morao.

Sale Jesús Méndez, con ese fachón que tiene, luciendo una capa, quizás en recuerdo de la que se ponía Antonio el Bailarín para bailar por este palo: la caña. Sale Manuela, vestida de lunares. No se puede ser más flamenca. El cante de Jesús Mëndez nos transporta, pero el baile de Manuela también. Parece un maridaje perfecto. Los brazos, las manos, sus escorzos, la forma de cogerse el vestido, los remates… son como un catálogo de gestos imprescindibles si se quiere bailar flamenco desde el conocimiento.

A la zambra de Jesús Méndez que suena a Jerez por todos ‘los costaos’, le sigue el Extremeño mirando a Málaga, por malagueñas y verdiales, y de nuevo Manuela a escena.

Está sentada en una silla vestida de azul cobalto con una de las toreritas que tanto le gustan y a las que se agarra al bailar como si fueran parte de su piel. ¿De dónde saca tanta fuerza? Antonio Reyes de pie a su lado, por seguirillas. El baile de Manuela se vuelve más regio aún. Mira al cantaor, lo reta, se embarca en un largo zapateado con el que remata una y otra vez, sentenciando la letra que Antonio Reyes le canta. El público estalla en oles. El Maestranza se vuelve flamenco.

Los cantaores se adelantan y se sientan junto a Ezequiel Montoya y Juan Tomás, para embarcarse en la soleá por bulerías. Esto va rematando. Cante grande, aquí no hay cante chico, porque no podría ser con esas voces y esas diferentes personalidades cantaoras. La tierra marca, y así debe ser.

Falta la soleá, pensábamos todos, y ahí llega. Manuela sale del otro hombro del escenario, es como una aparición. Sobria, vestida de negro, se dirige hacia el centro, donde momentos antes Enrique el Extremeño había comenzado el cante. Son muchos años bailaora y cantaor conciliando su soleá. Y aquí rompe Manuela, hace su soleá más clásica, con sus silencios, zapateado, giros y remates…, un baile para recordar. Esta ceremonia del flamenco ha concluido y hemos tenido la suerte de vivirla…, pero Manuela quiere irse a lo grande. Va a boca de escenario, recoge el mantón blanco, y mira al público: eso sí que ha sido un mutis por el foro.¡ Ole. !

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