La pregunta no es cuándo echará Sánchez a Garzón sino cuándo Garzón echará a Sánchez.

La pregunta no es cuándo echará Sánchez a Garzón sino cuándo Garzón echará a Sánchez. Es decir, cuándo el podemismo consumará la tarea de sustitución -ideológica primero y electoral después- de la socialdemocracia española. La polémica porcina y el ministro fusible son meras anécdotas. Lo que estamos empezando a ver es la descomposición del Frankenstein, que cursa con rechazo celular, sigue por fallo multiorgánico y acaba en desmembramiento y redimensión de sus pedazos. Para entonces la cabeza ya no será socialista.
Cuando Iván Redondo preconiza el sorpasso de Yolanda Díaz a Sánchez en las próximas elecciones generales no disparata más que en la fecha: si Díaz sobrevive a los amigos del piolet, ese relevo se producirá una vez Sánchez haya sido desalojado de Moncloa. En ese instante se certificará la muerte del PSOE y Díaz estará en disposición de convertirse en jefa sociológica de la oposición, aglutinando a toda la izquierda en la alternativa a un gobierno de derechas que no tardará en conocer la metamorfosis de la Fashionaria en Pasionaria y de la retórica chulísima de la matria en recia arenga de barricada.
Lo que Redondo no añade es que su profecía será autocumplida. Fueron él y su cliente los que metieron al troyano de tremolante coleta en Ferraz y abrazaron físicamente sus postulados ideológicos en Moncloa. Esos que ahora Sánchez, con los ojos de Europa encima, trata de traicionar sin que se note. Pero se nota, porque muchos creyeron. Empezando por Garzón, y continuando por los votantes convencidos de que la revolución era posible. De que España amanecería transformada en una república confederal, antifranquista y ecosostenible, libre de machismo y de semanas de cinco días laborables, donde solo pagan impuestos los ricos y basta la intensidad de tus sentimientos para decidir tu género, tu salario y tu nación. Que la derecha impida la utopía, piensan las almas bellas, es soportable; que lo haga el PSOE apoyado por Podemos, no. Por eso una coalición entre cínicos y fanáticos no puede durar.
Doblan las campanas entrañables del cainismo zurdo. Los barones de la España rural cargan contra el Gobierno. Las feministas socialistas afilan las navajas contra los colectivos autodeterministas de Irene Montero, que prepara su ley. Los sindicatos apenas pueden contener la decepción de sus afiliados con la reformilla laboral. Y en las sombras alguien blande unas tenacillas de esteticién al rojo vivo.