Con el año nuevo me viene a la memoria un balance de tantos años de dominio del entramado político-ideológico “progresista” en Cádiz. Pues bien, si consideramos los hechos, la aportación del “progresismo” al desarrollo de Cádiz ha sido netamente negativa, como espero demostrar. No me refiero a aportaciones individuales (ahí hay mucha gente válida, como Carlos Díaz, Rafael Garófano, Vargas Machuca, Pablo Lorenzo, etc.), sino al resultado de su contribución como grupo político-ideológico.
En efecto, lo mucho de lo bueno que le ha pasado a Cádiz en estos últimos años ha llegado con la oposición del “progresismo” gaditano: la explosión del turismo capitalino, el mantenimiento y especialización de una mermada industria (la izquierda ha apoyado huelgas salvajes que espantan nuevas inversiones industriales), la realización de dos obras majestuosas, el segundo puente y el soterramiento del tren, la multiplicación de los cruceros turísticos, la ampliación territorial del suelo urbano o portuario (los “rellenos”), el desarrollo de la Semana Santa y el Carnaval, etc.
Pero la cuestión no queda ahí, porque no sólo se ha opuesto a lo bueno sino que el autodenominado progresismo ha resaltado hasta la extenuación todo lo malo relativo a la marca “Cádiz”, ya fuese real o inventado, como el paro: en realidad Cádiz capital tiene menos desempleo que el entorno, pero hay un persistente empeño en confundir “Cádiz-ciudad” con ·Cádiz-provincia”; o como la decadencia industrial, una actividad que a pesar de todo se especializa más y más, y sigue siendo isla en Andalucía.
Lo que más daño ha procurado sin duda ha sido precisamente lo malo inventado, como lo del falso estigma de “la pobreza de Cádiz”, una ciudad que tiene la mayor renta por habitante del sur desde hace décadas. O el asociar la pérdida de población con la “ruina” gaditana, cuando este fenómeno está relacionado con la alta demanda que hay por establecerse e invertir en Cádiz y el poco suelo existente, es decir, con los precios de la vivienda.
¿Y por qué este empecinamiento en difamar a Cádiz como si fuera Ruanda? Se adivinan varias razones. En primer lugar es tradición. Desde el siglo XIX, el victimismo y la queja es la norma y se ha convertido en todo un género periodístico. En segundo lugar hay ciertos datos negativos reales, propios por otra parte del contexto andaluz en el que Cádiz está inmerso, que han sido exagerados y utilizados partidistamente en el fragor de las luchas políticas. Pero la razón principal tiene que ver con la naturaleza de la ideología de izquierdas: se piensa que lo importante no es el esfuerzo, el trabajo y la inversión, sino un victimismo militante y apocalíptico que lleve teóricamente a la “lucha” por el cambio de “sistema”; en la práctica, se trata de reclamar dinero público de la caja común del estado o de echarle culpas al adversario político (no decimos que no haya reivindicaciones históricas gaditanas que no deban satisfacerse: las hay). Aquí se debe reflejar también la actitud cómplice, seguidista y acrítica de cierta derecha que por no ir a contracorriente o por no analizar los indicadores reales por su cuenta, ha secundado y reforzado los mitos sobre “la pobreza gaditana”.
Pero analicemos por parte todas estas oposiciones. A pesar del desarrollo que el turismo viene procurando a Cádiz, la izquierda no ve con buenos ojos esta actividad; en cambio, por prejuicio doctrinario, sacraliza sólo la industria, a pesar de las fuertes crisis que ha ocasionado y sigue ocasionando a la zona (esta adoración viene del marxismo elemental). Empieza a ser mayoritaria, por las campañas mediáticas, la opinión contraria a los pisos turísticos -ésos que atraen a miles de turistas que no podrían pagarse un hotel-, siempre con argumentos populistas y contrarios al libre uso de la propiedad, que en este caso, sí podría ser limitada por las comunidades de vecinos en función de las molestias ocasionadas, pero no por la Administración. Estas trabas en absoluto harán bajar el ancestral alto precio de la vivienda en la ciudad, como se viene diciendo, debido a la fuerte demanda (sí, sí, alta demanda por vivir e invertir en Cádiz) y al poco suelo existente.
También cierta izquierda se ha manifestado contra los cruceros turísticos por no sé qué de unos humos, y en múltiples ocasiones contra los llamados “rellenos” de ampliación de la ciudad; como si más de la mitad de la ciudad no existiese gracias a los rellenos (Astilleros, sin ir más lejos); resulta asombroso que no se rechace la extraordinaria ampliación actual del puerto, quizás porque han intervenido en su realización algunos socialistas históricos, como José Luis Blanco, lo que les honra.
Esta red de poder a la zurda ha animado, o justificado, o no ha condenado claramente la violencia de la “huelga” del metal, todo en aras de una subida mínima de sueldos. Ahí también hay más ideología y simbolismo que realidades: ¿No ganaría mucho más el trabajador pidiendo que le bajasen los altos impuestos? Pero claro, eso no seria de “izquierdas”. En la práctica, esta posición justificativa de la violencia perjudica el desarrollo de la industria gaditana, pues espanta posibles nuevas inversiones que con toda seguridad elegirán lugares menos salvajes.
En el pasado, el socialismo en el poder rechazó la idea de realizar el soterramiento del tren; se mostraron excusas como el coste, la capa freática, etc. Con el tiempo cambiaría de opinión, con pegas siempre, cuando otros concretaron el proyecto y lo realizaron. De forma incomprensible, se opusieron al maravilloso puente nuevo, en este caso también capitaneados por omnipresentes arquitectos ideologizados y periodistas ignaros que les seguían. Se hablaba del “impacto visual”. ¿Impacto visual? Pero, ¡si es lo mejor que tiene! En realidad, tras estos rechazos anidaba y anida el prejuicio ideológico de fondo, de fobia a la libertad particular, -el vehículo privado- y de adoración por el colectivismo: todos estabulados en transportes públicos; todos, menos los que los promocionan, generalmente propietarios de buenos automóviles.
Hoy, esa nomenclatura socialista-sindical-mediática, a la que se le ha añadido una nueva casta improductiva y radical en estos años (¿Cuánto nos cuesta tanto asesor de pacotilla? ¿Cuánto pagamos por la sectaria Onda Cádiz?), además de haberse opuesto al progreso material, está por envenenar la convivencia de los gaditanos. Apoyan y votan una y otra vez cambiar nombres históricos de lugares muy arraigados, en virtud de una “memoria” impositiva, sesgada y vengativa: la historia es cosa de historiadores y no debe imponerse desde el estado. Una nueva casta que se ha apoyado en el viejo, falso y difamador diagnostico de la pobreza gaditana para auparse al poder municipal. Todos fuimos testigos de aquella campaña en la que se hablaba de ¡hambre infantil! en Cádiz, lo que se propagó por todas las tvs.
Por último constatamos la oposición del cuquismo a una Semana Santa cada vez más importante y que trae mucho beneficio para Cádiz, y al Carnaval oficial, también foco potente de atracción turística. Al socialcomunismo sólo le atrae el por otra parte ingenioso carnaval de los grupos callejeros, quizás porque sus letras sólo representan a la extrema izquierda.
En contraste con estas posiciones contrarias al desarrollo gaditano, la generación de los 50-70, (no entramos en valoraciones políticas, sino de gestión) tuvo sueños de altos vuelos, como la urbanización del istmo de Puertatierra hasta conseguir una ciudad de casi 160.000 habitantes, y el puente Carranza, entre otros. Algunos proyectos se malograron, como el magnífico rascacielos diseñado por Javier de Navascués que para sí hubiesen querido otras ciudades.
No sé si realmente el Cádiz 3 fue un disparate, es posible. Sólo digo que fue un proyecto ambicioso de hacer un Cádiz potente, que hay arquitectos sólidos que no salen en prensa, o que tienen miedo, que hablan muy bien de él; que suena muy bien la prolongación de Puertatierra a base de rascacielos; y que nunca me ha gustado el criterio urbanístico comunistoide de los que una y otra vez salen en prensa condenando aquel proyecto olvidado. Salvando las distancias, ciudades como Nueva York, Hong Kong o Río de Janeiro han crecido así y hoy todos las admiramos.
Esos sueños de altos vuelos, dentro de un orden, se recuperaron a partir de la segunda mitad de los 90 con el gobierno de Teófila Martínez, que diseñó un nuevo urbanismo que se concretó en grandes proyectos como la urbanización de los terrenos ociosos de Astilleros, el soterramiento del tren, la nueva estación de ferrocarril, el nuevo estadio Carranza y el nuevo puente, entre otros.
Hoy, la nomenclatura progre en el poder municipal y provincial sigue practicando un vuelo gallináceo.
P.D. Tras escribir este texto se me han venido, por el momento, otro gran daño a Cádiz diseñado y/o apoyado por el orfeón del progreso (con excepción de Carlos Díaz y Fernando ´Quiñones): el traslado de la Universidad a Puerto Real.
Otro más: impedir la llegada de Alcampo a la ciudad.
Una pregunta, ¿Por qué nadie explica y/o asume responsabilidades ante el hecho de que la cúpula de la catedral, después de la reforma, haya pasado de su famoso e histórico color amarillo de siempre a tener hoy un color anaranjado-marrón, por el deterioro de sus azulejos?