Los que tienen huevos o no. Por Arcadi Espada

Suprimir la división sexual del deporte. Una medida compatible, además, con el nuevo credo en dios madre de que eres lo que sientes

La piloto  Laia Sanz.
La piloto Laia Sanz.Toni AlbirEFE

Lia Thomas nació hombre y nadaba, luego se hizo mujer y siguió nadando. Hoy, diversas peticiones a las autoridades del deporte universitario americano, tratan de apartarla de las competiciones femeninas, porque a pesar de su conversión en mujer goza de ventajas físicas debidas a su nacimiento masculino y el consiguiente volumen testosterónico. Como la transexualidad crece, casos como el de Thomas se multiplicarán. Solo parece haber dos modos de abordarlos. El primero es suprimir la división sexual del deporte. Una medida compatible, además, con el nuevo credo en dios madre de que eres lo que sientes. Individuos compitiendo sin más. Esto limitaría drásticamente el deporte femenino. Un deporte, por cierto, que compite con el masculino no por las razones objetivas -velocidad, fuerza, potencia- que hacen a un deportista mejor que otro, sino por razones vinculadas a la belleza, la gracia y la seducción. Esto que tanto les cuesta entender, por ejemplo, a los que critican las vestimentas de las mujeres en el voleibol, el balonmano u otros deportes: que prueben a hacerlas jugar con burka. La competición entre individuos indiferenciados sexualmente no deja de tener, sin embargo, su interés. Sobre todo si los que compiten son tan lúcidos y desacomplejados como Laia Sanz, que queda por delante de muchos hombres en el rally Dakar: «Si no les gano a todos -dijo una vez- es porque algunos están demasiado locos». Lo que incorrectamente traducido quiere decir que tienen demasiados huevos.

El otro modo de abordar la cuestión Thomas es determinar por el sexo de nacimiento quién compite con hombres y quién con mujeres. O, más precisamente, determinarlo por la presencia o ausencia del gen Sry, que desde su descubrimiento en 1990 señala con la máxima objetividad disponible lo que es un hombre y lo que es una mujer. Aunque eso, naturalmente, no acabaría con la desigualdad competitiva entre individuos del mismo sexo, que tienen diferentes niveles de testosterona, azarosamente decididos por la biología y no por la voluntad. La medida supondría un revés personal para la joven Thomas, que no podría llevar su transexualidad a una de las actividades más importantes de su vida. Pero reforzaría con realismo su identidad, que no es la de hombre o mujer, sino la de trans. Es decir la de un hombre que no quiere competir con hombres y la de una mujer a la que impiden competir con mujeres. Una identidad de las que gustan a los literatos: ambigua, fronteriza, incierta. Netamente antideportiva.

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