Un alivio. Por Salvador Sostres

El desfile de incompetencias y ordinarieces al que asistió Mariano Rajoy fue muy desagradable

Salvador SostresSalvador SostresSEGUIRActualizado:15/12/2021 

Los mejores poemas de Louis Aragon -Carlos Barral lo dice- son los que escribió sobre la ocupación alemana de París, lo que no significa -añade Carlos- que los nazis tengan que invadir París para que el señor Aragon pueda escribir sus buenos poemas. De igual modo, no le deseo al presidente Rajoy que tenga que perder su tiempo en absurdas comisiones como la del pasado lunes, pero he de confesar que la disfruté muchísimo.

Mi frustración por la bajeza de la actual clase política, por la zafiedad sin fondo de los líderes y la propaganda que ponen en ondulación, se ve ni que sólo sea moralmente recompensada por intervenciones de franca superioridad, en fondo y forma, como la que realizó

 el presidente. Hay una educación, hay una inteligencia, hay una higiene a la que desde la recuperación de la democracia creímos pertenecer ya definitivamente, y que Zapatero puso en duda y lo que hemos visto desde la irrupción de Podemos ha desmentido del modo más bochornoso y cruel. El desfile de incompetencias y ordinarieces al que asistió Mariano Rajoy fue muy desagradable, pero en sus respuestas estuvo el gusto, aliviado y agradecido, de muchos que humildemente pensamos que no hemos hecho nada para merecer la denigrante representación política que nos ha caído encima. Algo habremos hecho mal, y algo habremos descuidado, pero el castigo es tan severo, y tan humillante, que sin temor a caer en el siempre desafortunado victimismo me atrevo a decir que tal vez sea un poco desproporcionado.

Yo ya sé que el presidente no volverá pero me gratifica ver su compostura, su seriedad, su entendimiento de qué es y cómo funciona el Estado y su sentido del humor nunca ajeno a una cierta piedad. Resultó para mí un desagravio verle ganar todas y cada una de las batallas dialécticas que los más indocumentados y grotescos personajes políticos le plantearon, y escuchándolo me hice la idea de que el que respondía era yo y me sentí como cuando mis superhéroes derrotan a los villanos en las películas que más me gustan. Fue tal incontinencia de las preguntas, desmentidas la mayoría por el más elemental sentido común, que el único recurso que les quedó a los portavoces fue interrumpirle sistemáticamente, en un insólito alarde de grosería e impertinencia. Por lo menos en dos ocasiones, el señor Rajoy mostró su estupefacción ante el nivel tan bajo de la escena. Sorprende efectivamente un tan bajo nivel. O por decirlo de un modo menos inexacto, lo que sorprende que ya no nos sorprenda demasiado.

No sé si España está definitivamente condenada a una clase política mucho más parecida a los que preguntaron que al que respondió. Tampoco sé si es un fenómeno exclusivamente español. Sí sé que hasta hace poco tuvimos a un presidente adulto -como se define a sí mismo en su último libro- y del que podíamos esperar unos estándares de dirigente culto, civilizado y con la capacidad de afrontar las mayores crisis con solvencia, serenidad y sin aplicar jamás ni un gramo más de la fuerza estrictamente necesaria. Ahora con lo que tenemos nos iría mejor si no tuviéramos absolutamente nada.

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