Entrevista a Federico Jiménez Losantos en El Mundo.

SUJÉTAME LA COLUMNA (XXIV)

Federico Jiménez Losantos: “Ahora me interesa no meter la pata ni hacer daño”

Federico es inabarcable. Desde Orihuela del Tremedal a la China de Mao, del comunismo al liberalismo, del psicoanálisis, de la poesía, del periodismo, de sus enemigos y amigos, de la guerra, de sus guerras

Federico Jiménez Losantos: "Ahora me interesa no meter la pata ni hacer daño"
FOTOGRAFÍAS: SERGIO ENRÍQUEZ-NISTAL

  • DAVID LEMA

Federico Jiménez Losantos duerme en dos tandas. Y aunque todavía no sabe que una de ellas corre hoy peligro de derrumbe, él lo suelta, como si presintiera que se quedará sin siesta o como si lanzase un aviso de que sin siesta no se quedará. Mientras, bebe en su despacho de esRadio su termo de «aguafé»: «Es que tiene un dedo de café y cinco de agua», matiza. Y responde a la pregunta:

-Sí, la columna la escribo justo antes de enviarla, sobre las siete de la tarde, por si pasa cualquier cosa. Me echo la siesta, sobre las dos; me levanto, sobre las cinco; y después la escribo. Duermo en dos tramos: cuatro horas por la noche y dos por la tarde, ¡y me despierto sin reloj!

Son las 12.05 del mediodía. El tiempo empieza a pasar. En su contra, claro, o al menos en contra de su descanso.

¿Por la mañana tampoco necesitas despertador? Con lo que madrugas…No, no; por la mañana tengo despertador y además me llama mi escolta para asegurarse de que me levanto, por si me duermo o pienso que es domingo.¿Sigues teniendo escolta?Siempre, desde hace 30 años, y es el mismo.Federico, por fin te lo puedo preguntar: ¿desde cuándo utilizas los motes y por qué?Creo que desde el principio. A mi madre le encantaba José María García. Me acuerdo de que cuando me dieron el Premio González Ruano fuimos al Ritz y mi madre, que en paz descanse, vio allí a García y aquello fue para ella la apoteosis: su hijo, con el premio; el Ritz, lleno; todo el mundo de esmoquin, y García. «Doña Encarna, ha hecho usted un gran trabajo», le dijo él. Imagínate. Yo creo que con García, con el Pablo, Pablito, Pablete, empieza todo. Yo le decía: «Pero mamá, si tú no sabes lo que es un gol, ¿por qué escuchas todas las noches a García?». Y me contestaba: «A José María, porque a mí lo de Pablo, Pablito, Pablete y el perro Óscar es que me encanta». El mote es una cosa muy de los pueblos, muy del español popular y también de los clásicos nacionales. Los motes son una manera que tiene la gente para defenderse del poder, del poderoso. El pueblo, además, se identifica contigo cuando los usas. Con el mote haces más humano al político, incluso lo haces más simpático, pero sobre todo le quitas poder. A Sánchez le llamas Falconetti y ya no te asusta tanto. Básicamente tiene esa función, como el humor, que es quitarle gravedad a las cosas.https://b2c11b90c1ebb6f9a4a9481b1ca5cf0b.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-38/html/container.htmlPero no los usas sólo con políticos.Pero porque a veces me abuuuurro [alza un poquito la voz, arrastrando la u, para modular un tono amabilísimo]. A veces, como no sé qué decir a determinadas personas sin que lo contemple el código penal, los uso [y sonríe con travesura].Hablando del código penal, los apodos también te han traído conflictos legales.A mí me ponen 20 mil querellas, pero al final las acabo ganando todas. Lo que pasa es que siempre hay jueces dispuestos a perseguir al tío que les cae mal, entonces el político de turno busca a un juez de su cuerda para que acepte la querella. La más gorda la he ganado en Estrasburgo, a España, por Gallardón, Zarzalejos…¿Pero no perdiste la demanda que te puso Zarzalejos?Me refiero a que Zarzalejos fue quien movió la de Gallardón. Zarzalejos… Alguien que persigue a un columnista porque le pone un mote no se sabe defender y es un miserable. Mira, ahora que hablas de Zarzalejos… Yo estaba en Diario 16 y en el 87 me voy a Abc, pero cuando Anson pacta entrar en la Academia con Cebrián se acuerda que me echen. Encantado, volví a EL MUNDO. Luego, cuando llega Aznar al poder, se empeñan en que regrese al Abc porque dicen que hay que lograr que sea un diario liberal, no zascandil.

Su primera etapa en Abc, por cierto, duró una década y su segunda, un par de meses. Por entonces, por la segunda, cuenta que le llamó el presidente del periódico, Nemesio Fernández-Cuesta, y que le expuso lo siguiente:

-Mira, Federico, tenemos un problema: el director [José Antonio Zarzalejos] dice que no puede ser que la línea editorial del periódico la marque un columnista.

-Pues que escriba mejores editoriales.

¿Eso le contestaste?Por eso me voy la segunda vez del Abc, porque el director tenía celos de que la columna marcase la línea. Coño, si lo más leído siempre han sido las columnas.

Federico Jiménez Losantos. Orihuela del Tremedal. 15 de septiembre de 1951. Sorprende con que al principio no quería la columna, que en eso «se empeñó Pedro J». «Me ficha en el 81 como jefe de opinión y en aquel Diario 16 yo estaba atónito». ¿Pero qué te iba a pasmar a ti, Federico? «Yo era profesor agregado a la Cátedra de Literatura Española en el Lope de Vega de Madrid, que era el último instituto femenino. Había un nivel que no he vuelto a ver. Y salí de allí, donde todo estaba pulquérrimo, maravilloso, y llegué a aquello, donde el que no estaba borracho iba a estarlo, donde abrías la parte de abajo del armarito y estaba lleno de botellas, abrías la de arriba y estaban los cacahuetes, la gente bebía continuamente, le subían los cafés, medias cenas, medias lunas…».

-Pedro J… – trataba de articular Federico.

-Es que esto es así- dice que le contestaba.

«Era una cosa asombrosa. Empecé a trabajar y ya no paré. Enseguida me quiso fichar el Abc y Pedro J me metió en Cambio 16, donde me pagaron el doble. Ahí escribía una doble página, que creo que es lo mejor que he hecho, que se llamaba Politicultura, que ilustraban Gallego & Rey. Había una gran libertad. La verdad es que con el PSOE había una gran libertad y poníamos verde a todo el mundo. En esa época, como te decía, era una cosa de locos. Los editoriales eran muy cortitos y luego estaba el discutirlos con Pedro J en la reunión, que se hacía antes de comer, y ya después de comer volvíamos comidos, bebidos…».

Pero tú nunca has sido bebedor, ¿o sí?Yo soy abstemio desde hace 25 años, entonces sí que bebía: es que el periodismo sin beber no era ni periodismo, era una cosa terrible. Por cierto, Pedro tenía grandísimas ideas pero era un maniático y tenía un problema: con quién había comido ese día. Quiero decir que si comía con un democristiano caía en la idea de que había que tener más en cuenta a los democristianos, a los que yo he odiado siempre, y Pedro también; pero cuando comía con ellos se le olvidaba. Pedro siempre era del último con el que había estado y, claro, eso era un problema para los editoriales porque ¿cómo mantienes una línea con un director que cambia de opinión con cada sobremesa?¿Diciendo que eres liberal?Anda qué… había cada liberal egipcio, ¿sabes?, de estos de la corrupción, tremendos. En fin, era un tira y afloja continuo con él y la verdad es que sobreviví bastante bien. Pero cuando llega el referéndum de la OTAN a mí se me plantea un problema real y es que no podía estar en la columna escribiendo que no se podía apoyar cuando el periódico, contra su política, había decidido hacerlo. Dimití como jefe de opinión pero me dijeron que siguiera con la columna. En el 87 me voy al Abc, estuve diez años justos y fueron muy divertidos, eran los años del Abc verdadero, como dice Anson. Pero fueron, sobre todo, diez años en los que estabas con toda la gente de la movida: ahí conocí a Alaska, a Gabinete Caligari… ya los conocía a muchos de cuando vivía en Barcelona, con Bonet, Las chinas, Trapiello… Y por las noches… Las noches de Abc… [suspira] yo recuerdo que a las cinco de la mañana estábamos solo en pie Alaska y yo, porque todos habían caído borrachos, oyendo a Anson recitar a Mao.[Es imposible no reírse]. Por entonces, ya habías viajado a la China de Mao, ¿no?Me voy a China en el 76, que es el último año de vida de Mao, pero yo entonces ya era anticomunista. Cuando voy a China tenía los contactos de Bandera Roja y por cuatro perras pues nos tiramos un mes allí, donde te enseñaban hasta los campos de concentración. Me marcó, digamos, para la militancia anticomunista.Allí, como cuentas en Memoria del comunismo, conociste a LA chica.Esa es una historia tremenda. La verdad es que he sobrevivido a varias vidas.En el prólogo de ese libro escribes una frase muy íntima: «Creo que durante toda mi vida esa ha sido mi preocupación fundamental: no quedar mal, por ellos», por tus padres, «no defraudar nunca sus esperanzas».Siempre. Yo venía de una familia muy humilde, que a su vez venía de una familia medio rota por la derecha y de otra medio rota por la izquierda, y desde niño yo mantengo la idea que me inculcan mis padres en esos años -que no eran años de hambre, pero sí años en los que se venía de una situación muy mala-: la obligación de los niños era esforzarse para no pasar ni por otra guerra ni por la miseria. Había que estudiar, estudiar era nuestro trabajo. A mí es que nadie me tuvo que decir que estudiara, bueno, de vez en cuando mi madre, porque yo me dejaba llevar por la memoria con cierta facilidad, y me decía: “A estudiar o al tablón”.¿Al tablón?El tablón era ir a las ocho de la mañana, o a las siete, con la nieve, a cargar tablones en la serrería. Mira, a los diez años me examino con matrícula de honor, gano una beca y cumplo los 11 en el internado de Teruel, donde, por cierto, fui mucho más feliz que en mi pueblo. Luego, ya en el San Pablo, con [José Antonio] Labordeta, Pepe Sanchís [Sinisterra] y demás pasé una adolescencia maravillosa.En el San Pablo sentías que formabas parte de la élite.Sí, era una situación… Pasaba lo siguiente: los alumnos, aunque éramos pobres, teníamos beca, luego éramos los más listos; despreciábamos a los ricos porque la élite intelectual éramos nosotros y, además, sabíamos que en el futuro íbamos a ser la élite. Y había una conciencia del mérito y de la legitimidad exactamente al revés que ahora, con esos complejos sociales que hay: la gente nueva, la nueva España, la que venía de los pueblos no dudábamos de que teníamos no tantos derechos sino más, pero también más obligaciones. Nosotros teníamos que ser buenos, listos, cojonudos. ¿Por qué? Porque era nuestra obligación y porque íbamos a decidir el futuro. Esa sensación, que ahora no tienen los jóvenes, en mi generación la sentíamos desde críos. Había que estudiar, había que esforzarse y eso tenía premios.Recuerdas que pasabais dificultades económicas. Tu madre era maestra, tu padre fue zapatero ¡y alcalde!Pero los alcaldes no cobraban, era alcalde por vicio. ¿Sabes que le dieron dos veces el premio al mejor alcalde de España? El pueblo nunca se lo perdonó porque mi padre se inventó las maderas, con él apareció en el pueblo una nueva clase económica que fueron los maderistas y los que mandaban hasta ese momento, que eran los que tenían las ganaderías, los de la agricultura, decían que les había hundido el tinglado. La verdad es que cuando mi padre se murió nos dejó una deuda de tres mil pesetas que fue para su entierro. Y ahí estaba otra vez la idea de quedar bien: mi padre era el alcalde; mi madre, la maestra: tenía que demostrar que valía para algo y esa idea nunca la he perdido.

Cuando Federico contaba 16 años, murió su padre: «Estaba regular de salud, los que habían hecho la guerra estaban muy cascados y, además, el maquis duró en mi pueblo hasta el 49. De la generación de mi padre pocos llegaron a los 60 años».

Restas importancia a que una parte de tu familia fuese republicana y otra, franquista.Lo único que me afectó de aquello es que el día de mi santo es el 18 de julio. Entonces, la familia de mi madre, como era republicana pues… y la familia de mi padre, que era mi abuela, resulta que se había pasado la guerra metida en el sótano del seminario de Teruel durante el cerco y había perdido a un hijo en la guerra. Celebrábamos San Jorge [ríe], que era mi segundo nombre, por mi abuelo. Mi cumpleaños lo celebramos hasta los diez, pero luego me fui y ya nunca lo volvimos a celebrar.

Federico rememora aquella época con la idea vívida de que el mundo progresaba: «En los años 60, España dobla su renta per cápita, teníamos la seguridad de que si estudiábamos nos iría todavía mejor. Yo lo que recuerdo de mi infancia y mi adolescencia es la luz: la luz de mi infancia, la luz de mi pueblo, la luz de Teruel, la luz que corresponde a una época de gran esperanza, a una confianza casi irracional en nosotros mismos. Cuando llego con 17 años a la Universidad lo primero que hago es meterme en líos porque teníamos esa conciencia de legitimidad, de invulnerabilidad. Es una época de sensaciones de trabajar muchísimo y al mismo tiempo de tener en el trabajo el placer de trabajar -el trabajo gustoso, de Juan Ramón Jiménez-. Tuve unos profesores en el instituto maravillosos, siempre he contado que a la muerte de mi padre Labordeta se convirtió en mi segundo padre, Pepe Sanchís también fue muy importante para mí, mi formación intelectual está en el Bachillerato. Aquello fue extraordinario».

Cuando muere tu padre, pierdes la fe católica.Sí, fue a la vez. Mi padre se muere en primavera y en verano perdí la fe.Y abrazaste la fe del comunismo.Bueno, es una fe, como decía Bertrand Russell, práctica. Y en el fondo es estar en el lado del bien. Es una sustitución, digamos, de la salvación: no te salvas por la fe pero te salvas por lo social, por la política.

Desde entonces, se confiesa: «Nunca he recuperado la fe». Y susurra, como si se tratase de una confidencia: «Además, ya sabes que yo he estado mucho con los obispos».

-Después de la COPE es casi imposible recuperar la fe, aunque ahora quizá podría, porque si con este Papa sigue habiendo católicos… Me lo decía un cura el otro día: «Federico, esta es la prueba de fe que nos pone Dios, que con este Papa sigamos creyendo en él».

Otra curiosidad: ¿cómo esquivaste la mili?Pues fue por una cosa rarísima. Yo medía 1,59 y a la mili ibas a partir del metro cincuenta. Pero hubo un año en el que no había dinero y a los que estábamos entre el metro 55 y el 59, incluidos, nos dieron una prórroga. Al año siguiente nos dejaron a elegir y como había entrado en política no fui a la mili.

Los de la política fueron nueve meses, en Barcelona, con Bandera Roja, la organización política comunista española de tendencia maoísta. «Tenía la idea de que el servicio militar está para servir a la patria pero, claro, se presentaba el siguiente problema: al morir Franco, que iba a morir, ¿qué ibas a hacer? ¿ibas a disparar contra tu gente? Teníamos la revolución de Portugal presente y ese era el discurso al que más vueltas le dábamos».

No pensabas en la Transición, claro.Nadie lo pensaba. Estaba muy obsesionado con eso: si llevo uniforme tendré que disparar a gente como yo. Y por eso me metí a política.Aquello no acabó muy bien.No, acabó ridículamente, porque cuando nosotros entramos salían ya los que habían montado la escisión. Bandera Roja era el comunismo chic: Pilar del Castillo, Gortázar, Albiac, Ramoneda… Sabernos la doctrina la sabíamos pocos. Ese año hasta hice un curso sobre el capital en Económicas de la Autónoma. Era un año de servir y mi manera de servir entonces era estudiar todo el marxismo… para luego descubrir que era todo mentira.Cuando hablas de Barcelona en La ciudad que fue señalas como elementos clave de su florecimiento el movimiento gay y el sexo.Barcelona era la capital de los que querían cambiar, y en el fondo no íbamos solo por la libertad política sino por la libertad de costumbres, por el destape, el sexo. Como Barcelona caía muy a trasmano pues no la vigilaba nadie. En esos principios de los 70 llega un montón de gente de todas partes de España, muchos eran gays que venían de pueblos aislados y en Barcelona siempre se había respirado más tolerancia. Era una ciudad muy clerical, pero todo el aluvión de emigración la había cambiado. Allí estaba [Alberto] Cardín, García Márquez… Recuerdo que un día García Márquez me invitó a tomar café, yo estaba haciendo Literatura hispanoamericana, me dieron matrícula de honor, y él estaba obsesionado con caerle bien a los jóvenes: nunca he visto a un tipo que escribiera tan bien pero que fuera moralmente tan endeble. Por eso entendí luego que estuviera siempre con Fidel Castro, porque era un tipo profundamente inseguro y quería quedar bien con los que mandaban.No como tú, que hablas con una seguridad que…Sí, sí, porque pierdo dinero. Si a mi me preocupase caer bien entonces no hablaría nunca con seguridad.Supongo que cuando llegas a esa Barcelona te explota la cabeza.Yo vengo de Labordeta, de Sanchís… teníamos una formación extraordinaria, con 16 años había leído a Kafka y a Proust. Los cosmopolitas éramos los de los pueblos, porque teníamos una formación tan moderna… Era un poquito snob, porque no era normal que hubiésemos leído más a Proust que a Galdós.Me refiero sociológicamente, a esa Barcelona de la movida.Síiiiiii [confirma agravando la voz]. Pero éramos los inmigrantes, los listos, los jóvenes, los guapos, despreciábamos a la burguesía catalana. Lo que nos gustaba era el follón, el Paralelo, los travestís, la vida y la filmoteca, que en Barcelona fue casi mi segunda casa. De los tres años de la especialidad más otro de doctorado creo que dos estuvimos en huelga. Me pasaba el día en la filmoteca, porque a las cuatro entrabas por 20 pesetas y podías ver hasta cinco películas al día. Me lo vi todo. Cardín, que era mi gran amigo entonces, hacía de traductor. Los directores más famosos venían allí, recuerdo cuando vino Marguerite Duras, que se atizó una botella de Johnnie Walker. Bebía como una esponja. Era una vida de privilegiados y lo era sin tener un duro.

Con el antropólogo Alberto Cardín, uno de los activistas homosexuales españoles más relevantes de la Transición, montó la revista Diwan. «Ahí estábamos los que habíamos estudiado con [Oscar] Masotta psicoanálisis, gente del cine, de la pintura… Diwan es el sitio donde se hace el primer discurso liberal ex marxista conscientemente liberal español. Y de ahí pasé a escribir en El País, tres años».

¿Por qué estudiaste psicoanálisis?Había leído a Freud en el bachillerato y Sanchís tenía la idea de que había que conseguir una explicación del mundo que no fuera solo religiosa o marxista sino que incluyera el psicoanálisis y la semiología. Con Masotta hicimos un libro muy divertido, La revolución teórica de la pornografía, que es una cosa casi incompresible hoy, parece que estemos todos fumados.¿Estabais todos fumados?¡No! Bueno, yo no, no he fumado en mi vida, no conozco las drogas. Además, en esa época no bebía ni vino en las comidas, solo carajillo y café. Pero la verdad es que andaba todo el mundo colocado. El titulo era sátira, del Pour Marx de Atlthusser, La revolución teórica de Marx.¿Cuál era el contenido?Que la pornografía era una convención cultural, que era muy difícil de estudiar porque afectaba a lo secreto. Lo obsceno es lo que está fuera de escena y, si no se puede ver, cómo se puede expresar. Pues hay que ir al subconsciente. Los psicoanalistas son como confesores: bucean en el sentido oculto de cosas que parecen muy evidentes y no lo son. O sea: el fetichismo, que digamos es la técnica normal del sexo, ¿cómo se explica? Pues no es fácil de explicar, pero funciona, sabes que el sexo funciona así. Hay que estudiar cada caso y la pornografía era un gran fenómenos cultural totalmente inexplicable. ¡Era mucho más atractiva Carmen Sevilla tapada que destapada!Pero qué raro que digas eso cuando en esa Barcelona ya era todo exuberante.Sí, pero una cosa era lo superficial y otra cosa lo que buscábamos nosotros: queríamos entender, teníamos la manía de querer entenderlo todo, que es una cosa muy del marxismo y del psicoanálisis. Y a veces hay fenómenos que no se pueden explicar y más cuando se han mantenido así a lo largo de los siglos. Pero nosotros nos sentíamos con la obligación de explicarlo todo, era un hiperracionalismo, sobre todo un racionalismo de lo irracional.¿Usaste el psicoanálisis para explorar tus demonios?No. Me negué en tercero. Creía, de manera absurda y supersticiosa, que si me psicoanalizaba dejaría de tener creatividad literaria. Entonces ya escribía poesía y tenía la idea de que la literatura hay que trabajarla y que tú eres un poeta cuando has escrito y roto mucho. Durante un año, en Zaragoza, entre los 17 y los 18, aparte de perder el tiempo con la política, las chicas y demás, todas las noches en mi cama escribía un poema y, debajo de un póster de Julie Driscoll, apagaba la luz. A la mañana siguiente, sin leerlo, lo rompía.

Federico se considera un fatalista. ¿Y eso? «Pasará conmigo lo que tenga que pasar: si me matan mañana y me muero, pues pasará». Volvemos a sus años en Barcelona, a su gran amigo Alberto Cardín, a su muerte, al sida, a que Cardín llegó tarde a los tratamientos, o que los tratamientos llegaron tarde a él… «En realidad, nuestro grupo se rompe después del atentado contra mí en Barcelona. Aunque yo ya había decidido irme porque aquello se había convertido en un infierno en el que tenía que pasar lo que pasó, contra mí o contra otro. El encanto se había roto».

-¿Alguna vez has hablado del atentado?

-Sólo con Iñaki Arteta, para un libro sobre víctimas, y con Arcadi Espada en el documental Gente que vive fuera. No me gusta hablar del atentado, como a una mujer violada no le gusta hablar de una violación: un atentando es una violación y de lo único que tienes ganas es de coger al violador y cortarle los cojones. Como no vas a hacerlo, pues para qué…

Y ahí sigue Federico, en su sillón, moviendo los brazos arriba y abajo y escuchando con atención y empatía cualquier pregunta, aunque ninguna lo vaya a sorprender a estas alturas. El periodismo, concluye tras una pregunta más, «es una herramienta política, social, cultural, etc.».

¿Has usado el periodismo como herramienta política? Por supuesto, es que es una herramienta política, otra cosa es que no debe ser una herramienta sectaria. Yo la columna, por ejemplo, siempre la he entendido como una columna de ideas.Oye, Federico, con la de enemigos que te has granjeado y ahí sigues, mandando en el día a día…Es que tengo un desprecio absoluto por mis enemigos, si los apreciara serían mis amigos. Por desgracia, la verdad es que cuando yo empecé en esto en la izquierda todavía había gente interesante. Yo veo en la tele a estos mindundis y minundas que están en las tertulias y la tengo que apagar, son analfabetos

A Losantos le gusta mucho. La televisión, digo. Aunque ahora parece que solo ve fútbol, series y, por youtube, las televisiones peruanas y argentinas, para no perderse su actualidad. Pero la televisión española… La prensa rosa le ha divertido desde niño: «Mi madre la traía al pueblo para tener los patrones de cortar y luego para leer. Le encantaban las revistas, Corín Tellado, la radio… la cultura pop. Y a mí las únicas imágenes que me llegaban, y en color, eran las de las revistas. Ahora las revistas dependen demasiado de Sálvame, pero la crónica rosa en España es muy buena y desengrasa de la política. Siempre me ha divertido muchísimo. En los años de Felipe, cuando el felipismo lo llenaba todo, la crónica rosa se convierte en un aliviadero de la falta de cambio político, de horizonte político, y yo lo pasaba muy bien con ella».

¿Qué es para ti la independencia de los medios? La independencia es llevarte mal con todo el mundo.Pero con alguien te llevarás bien… Hasta que te llevas mal. Dice Luis Herrero: “Todos nos han defraudado, Fede, y hazte a la idea de que estos también nos defraudarán”. Y yo le digo: “¿Cuáles son ahora estos?”. Es que un político por naturaleza tiende a manipular y a usarte, y al mismo tiempo en los medios tienes que creer en algo, tienes que hacerle ver a la gente que hay una posibilidad, cosa que siempre hay, de que se puede mejorar. Los políticos normalmente se echan a perder en el poder, lo malo es que en España muchas veces se echan a perder en la oposición. Ha habido un cambio, digamos en la naturaleza social intelectual de la clase política: antiguamente, cuando empiezo yo en esto, con UCD, la gente tenía un trabajo y un título, estaba en la política por vicio, ambición, por servir a su país… pero no vivía de la política, vivía a pesar de la política. Ahora es al contrario, ahora hay gente que desde los 18 años vive de la política: está en las juventudes del partido, en las postjuventudes, en las degeneraciones…Eso no tendría por qué ser negativo. Pero lo es. Mira, lo más brillante que Ana Botella ha dicho es: “Jose [a Aznar], no deberíamos admitir nunca a nadie que no hubiese pagado por lo menos seis meses a la seguridad social”.¿Alguna vez te has dejado usar de manera consciente por algún político?Yo he sido consciente de que en los primeros años de Aznar servíamos a alguien que no era de fiar pero que era una causa necesaria. Es decir: había que acabar con el felipismo, iban ya 14 años y el nivel de corrupción… Felipe es el que inaugura el guerracivilismo, el que…O sea, tú eres consciente de que entonces abanderas una causa política. Sí, sí, totalmente. Pero bueno, los que hemos sido militantes en tiempos de Franco sabemos que tú eliges aquello que quieres combatir. Yo elijo estar contra la dictadura cuando lo lógico es que hubiera estado agradecido porque, la verdad, viéndolo en perspectiva no me puedo quejar: nunca España ha tratado mejor a los pobres y a los hijos de los pobres en los pueblos como en los años 60 con Franco.Desde tu posición, ya no solo de columnista sino como responsable de dirección, ¿has optado por no publicar determinadas informaciones?No, lo más que he hecho es cambiar, digamos, el orden. Soy partidario de darlo todo: nosotros apoyamos ideas liberales y si a un liberal lo han pillado robando damos la noticia, pero no en primera.En cambio, si es a alguien de izquierdas al que pillan, la información abriría. Por supuesto, pero dándolo igual. Quiero decir, contándolo todo.Con un tratamiento diferente. Sí, pero porque nuestro lector tampoco quiere el mismo tratamiento. Ningún lector es imparcial. Si nosotros tenemos algo contra Pablo Iglesias por supuesto que va en primera y si hay algo contra Ayuso lo publicamos. No hay que ocultar las cosas.¿No se acaba generando así un periodismo de nicho?Pero es que el periodismo siempre es de nicho. Con Luis Herrero mantengo muchas veces este debate: él tiene esa idea muy de la Transición de que en cada medio debe estar representado todo el mundo. Pues no señor. Todo el mundo tiene que estar representado en el mercado libre, luego en el mercado libre cada uno vende lo que quiere vender. Y unos le compran y otros no. Yo no voy a defender más que las ideas liberales, no voy a defender algo de socialdemocracia, un poquito de comunismo antiguo, otro de… No.En EL MUNDO siempre ha habido mucho pluralismo. ¿Alguna vez te has sentido incómodo?A mí si alguien es brillante me da igual. Además, EL MUNDO se creó así porque Pedro J era así. Yo no. Yo soy mucho más moderno y como vengo del antifranquismo no tengo complejos. Si yo estuviera incómodo piensa que no estaría en EL MUNDO. En la radio, soy partidario de que haya un clima cordial y para eso tiene que haber afinidad.¿Cuál crees que ha sido tu mayor error periodístico?Pues mira, el otro día lo vi, cuando me enteré de que Rajoy estaba al tanto del trato con la ETA de Zapatero. Recordé que lo entrevisté, a Mariano, un día que llovía. Estaba ahí, con su barba. Y le pregunté:

-Don Mariano, ¿qué tiene que decir de estos acuerdos entre Zapatero y la ETA?

Esh intolerable, Federico, esh intolerable -responde, imitando el habla del ex presidente del Gobierno.

«Y resulta que estaba al tanto de todo», su cara acompaña el entrecomillado. «Ha habido otro momento: cuando vi la corrupción de la grey de Aznar».

Porque serviste a su causa…Sí, sí, porque no lo sabía. Tenía que haberme dado cuenta, y no lo hice, porque uno se ciega. Y con Mariano, lo mismo: estaba tan en contra de Zapatero que no caí en la cuenta de que Mariano estaba compinchado con Zapatero.Pero no podías saberlo.Sí, pero tú me lo decías antes: yo estoy muy seguro de mí mismo y ahí lo estaba.Entonces, en la medida en la que he podido contribuir a inducir a error, me cabreo. Primero, porque me deja por tonto; luego, porque el malo ha sido más listo que yo; y por último porque es un error grave: tenía que haberlo previsto, ¡si el liberalismo es desconfiar de la gente!, saber que el ser humano es malo. Pero, en fin, uno siempre necesita confiar en alguien.¿Qué pasó en la COPE?En la COPE yo había marcado una línea que era la defensa de España y de la Constitución. Entonces, los enemigos eran los obispos catalanes y vascos, separatistas, y luego la corrupción del PSOE… Los que me echan a mí son los meapilas del PP, Jorge Fernández Díaz y esta gente, pero el impulso fuerte es del Rey, del Rey a través del capellán castrense que estaba todo el día mareando.¿Cómo fuiste capaz de conjugar el ateísmo con la COPE?Porque yo estaba convencido de que el catolicismo de Juan Pablo II y el de Ratzinger, su gran teórico, era complementario al liberalismo clásico ateo o agnóstico, porque teníamos los mismos enemigos -el totalitarismo clásico de izquierdas o de derechas-, pero sobre todo porque no tenía los complejos del Vaticano II, a los que ha vuelto con el actual Papa.¿Y el valor religioso?Por encima de todo está la dignidad de la persona. Por eso he estudiado mucho la Escuela de Salamanca, que es el verdadero liberalismo católico. Parte de una idea que es que como el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios tiene unos derechos inalienables: el derecho a ser respetado como persona, los derechos humanos…

Losantos responde sobre tabúes -«te das cuentas que los tienes cuando te haces mayor»-, sobre censura y autocensura y el resumen es que él no se ha cortado mucho a la hora de escribir: «Salvo que procuro no meterme con las familias, pero a veces se me escapa». «¿Sabes qué me produce repugnancia?», se pregunta. Y se contesta, claro: «Las historias de abuso de poder. Estoy en contra de la pena de muerte porque a veces hay errores, pero un pedófilo asesino desde luego no merece más que morir. La gente que abusa de su poder, ya no digamos si es con niños, mayores o una mujer indefensa… eso me saca de quicio».

-Mira, en mi vida personal he procurado no hacer el mal de forma consciente. La verdad es que es difícil saber los límites de cada uno. Mi suerte ha sido tener una familia estable, si no, con lo inestable y aventurero que soy me habría estrellado unas treinta veces y vete a saber dónde estaría. Si es que seguiría estando. Ahora, sobre todo, ya me interesa no meter la pata, no hacer daño. Mi única preocupación es no estorbar y no estropear lo que está bien. Es una posición demasiado conservadora, pero como ya he hecho demasiadas locuras de joven, de mayor me toca…

Son las 13.47. ¿Habremos acabado a tiempo para la siesta? Sí, ¿no? Creo que justo a tiempo.

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