La tanqueta gaditana. Félix Machuca. ABC Sevilla.

Marlaska ha reivindicado las escrituras de las calles para los ciudadanos

LOS tiempos avanzan hacia atrás y desde hace más de una semana, Cádiz y su hinterland, viven abrazados a un revival de sus años más duros, más metalúrgicos, aquellos en los que las lavadoras de Puerto Real volaban por las ventanas y los pelotazos se registraban fuera del Carranza. Barroso, un alcalde de indestructible fe castrista, era por aquellos años la voz a seguir por los trabajadores de Astilleros, que no se cerraron por eso mismo, porque las lavadoras volaban desde las terrazas y los pelotazos se daban fuera del estadio gaditano. Sevilla sí los cerró. Quizás porque aquí la guerrilla urbana, pese a firmar secuencias de indudable aversión al Código Penal, no fue tan determinante como la de la bahía gaditana. Esa fe en hacer de la calle un territorio comanche, donde respetar la ley es un insulto al proletariado y el sindicalismo más señalado por sus malabarismos con los dineros públicos se presenta como honrados defensores del trabajador, está tan arraigada en Cádiz que, pese a los días de pelea tupamara en las calles, no son muchos los políticos que han reclamado las escrituras de las calles para todos. Marlaska lo ha hecho. Quizás en una de sus actuaciones menos polémicas que ha tenido en un pasado reciente de pateras, marroquinerías ceutíes y narcos en la bahía. Y lo han puesto chorreando por culpa de una tanqueta.

Sucedió en el Consejo de Ministros de esta semana, donde su compañera de Gobierno, la comunista Yolanda Díaz, le pidió explicaciones sobre una tanqueta en las calles de Cádiz. Imagino que Marlaska le dedicaría una sonrisa benévola, de esas que te perdonan la vida con un toque de swing y, posiblemente, un sarcasmo: si quieres, Yolanda, le mando a los tupamaros una carroza de Carnaval…Eso es. Eso debe ser lo que se estila cuando la calle arde por los cuatro costados, los profesionales del piquete cortocircuitan los caminos hacia los centros de salud y en Algeciras, un chico de veinte años, trabajador del puerto, se estrella con su moto contra un camión interceptado por los guerrilleros del metal. La cinematográfica ministra, que no ha abierto la boca para denunciar la brutal represión de Diaz Canel en Cuba contra el movimiento Patria y Vida o la marcha de las rosas blancas, la acaba de abrir para contarle al ministro del Interior uno de esos chistes con los que Gila hacia pacifismo metiéndose con la guerra. A mí siempre me hizo mucha gracia aquel en el que hablaba con el enemigo y le pedía que no dispararan a dar. La ministra del Vogue rojo quiere eso mismo: que el señor Marlaska envíe a la Policía vestida de campanilleros y disfrazada de angelitos contra los comancheros del metal e ir rodando la reforma de la Ley de Seguridad Ciudadana que quieren sacar adelante.

Solo un país que está empeñado en dejar de ser lo que es para parecerse a otra cosa de la que nadie nos ha pedido opinión, puede confundir una huelga legal con una guerra urbana a propósito de un convenio provincial. El exceso es tan atlántico que nos ahogamos en la confusión de una izquierda de megáfono que se pasma por una tanqueta y no dice ni mú de la volquetá presupuestaria que necesita la Bahía para su industrialización.

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