Recuerdos de antes de la Transición (III)

Recuerdos de antes de la Transición (III)

Tras un verano trabajando en la Costa Brava, entré en la Marina en septiembre de 1973. En aquella época yo estaba ya “concienciado”, como se decía, es decir, era un joven de izquierdas, antifranquista, con las suficientes lecturas para conocer los fundamentos de la teoría y la “praxis” marxista, y con no pocos conocimientos de Historia, que fue la segunda carrera que elegí finalmente.

Mi destino primero fue el Cuartel de Instrucción, donde estuve un par de meses antes de ingresar en el que sería mi destino definitivo, el Instituto Hidrográfico, donde pasé los 16 meses restantes de mili.

En el cuartel viví uno de los episodios internacionales más tristes. Recuerdo que tenía un pequeño transistor y el día 11 de septiembre, tras la instrucción, me eché en la cama y pude oír las noticias sobre el golpe de Pinochet en Chile. En aquel momento todos lo vivimos como que el sueño del “socialismo en libertad” se desplomaba. Más tarde comprendí que el proceso que lideraba Allende no era democrático y sí muy similar al que el Frente Popular emprendió en España: ocupar el aparato de Estado para construir un estado socialista que impidiera la vuelta atrás y el sano turnismo con la derecha. Pero claro, entonces lo viví trágicamente, como correspondía a un joven romántico e idealista.

Transcurría todo con normalidad, dentro de lo normal que podía ser para un urbanita progre la vida militar, cuando una mañana me fue concedido un permiso para asistir a un examen. Fue precisamente el día que amaneció el cuartel lleno de pintadas antifranquistas por todas las paredes de su inmenso patio. El nerviosismo y la alarma prendieron en los militares, nunca había ocurrido algo así. De los cientos de marineros que formaban en el patio en traje de faena, sólo unos pocos vestíamos con el uniforme de calle. La tensión se palpaba. El comandante mandó por el altavoz registrar todas las taquillas del cuartel, empezando por las de aquellos marineros que debíamos marchar. Por un momento no pensé que yo corriera peligro alguno, hasta que me acordé de que tenía un libro de Engels en la taquilla. Un sargento me acompañó para proceder al registro. El camino desde el patio hasta el sollado, fue uno de los momentos de mayor pánico de mi vida. Llegamos y abrió mi taquilla. Yo estaba paralizado. El sargento cogió el libro y leyó: “EL ORIGEN DE LA FAMILIA, la propiedad privada y el Estado”. Friedrich Engels. De repente, aquel sargento grandullón me miró sonriente y me dijo: ”Muy bien chaval, ante todo la familia”, puedes irte tranquilamente…

Este fue el libro original (edición de 1972) objeto de la anécdota:

Ya en el destino definitivo, algo más tarde, volvió el miedo a causa de la política, pues empecé a entrar en contacto por separado con dos marineros, JG y JA, que militaban en la OMLE, Organización Marxista Leninista española, de fuerte implantación en Cádiz de siempre, germen de lo que luego sería nada menos que el PCR y los GRAPOS. Estamos hablando de algo más que la extrema izquierda. Los contactos eran sobre todo con uno de los dos, me pasaba propaganda y quedábamos en los sitios más siniestros y desangelados de Cádiz (a efectos de seguridad) lo que me producía un fuerte desasosiego. Fuera de la mili, yo estudiaba primero de Geografía e Historia con mi amigo Antonio Álvarez, el primer estudiante universitario que ya militaba en las filas del PC, como he dicho en otro lugar. Yo en aquellas fechas me consideraba más puramente de izquierdas que él, y lo llamaba “revisionista”, porque el PC había cambiado su estrategia clásica de confrontación de clase por la de “reconciliación nacional”.

El caso es que un día, el marinero comunista que menos frecuentaba creyó que yo ya estaba “maduro” para tirar unos panfletos donde estudiaba, en el Colegio Universitario  (¡qué locura, siendo yo militar!), y me lo propuso. Se lo comenté a mi experimentado mentor Antonio, que se indignó y tuvo el arrojo de ir a hablar con ellos para que me dejaran tranquilo, dada mi circunstancia militar, como así fue. Unos días después, una chica que no conocía fue detenida por tirar esos panfletos que me correspondía tirar a mí.

Una mañana muy temprano, al llegar al Hidrográfico, observé varios vehículos de la policía naval, creo recordar, y mucho movimiento. Pregunté en la puerta al marinero que estaba de guardia y me dijo que habían cogido a unos “rojos”. Al instante comprendí que serían mis contactos. Y en efecto, habían cogido entre otros, al marinero que me había propuesto tirar los panfletos, aunque milagrosamente no a su compañero. Con la falta de experiencia de entonces, intenté acercarme al no detenido para interesarme por el compañero caído, y desde luego, para ver si había “cantado” (en ese momento lo que te aterra sobre todo es que den tu nombre) pero rápidamente, con toda lógica, me evitó y me dijo que no le hablara más mientras estuviéramos allí.

Para completar el panorama de terror, en aquellos días yo estaba destinado en la biblioteca, donde a su vez había un marinero policía, que en la mili estaba dedicado a tareas de información. Un tipo al que hasta los mismos oficiales temían y que tenía bula para entrar, salir y hacer lo que le diera la gana. Inevitablemente en aquella biblioteca hablábamos y departíamos todo el grupo allí asignado, y mira por donde, dicen que el roce hace el cariño, este policía me apreciaba y de vez en cuando me invitaba (casi lo sentía como una orden) a ir a la Plaza a tomar churros con él. Lo peor es que cuando salíamos en su coche por la puerta principal, podía haber alguno de la organización izquierdista, que a saber lo que pensarían de mí. A veces tenía más miedo de esa organización que de la propia policía nacional o militar, aunque aquella OMLE aún no era un grupo violento, al menos en Cádiz, pues recuerdo perfectamente a mis contactos mencionados hablando negativamente del atentado contra Carrero porque lo importante era “la acción y el apoyo de las masas”.

Por fin se licenció el marinero militante no detenido, y después el poli, con lo que poco a poco fui perdiendo el miedo (aquel incidente me había costado el repetir el primer curso de Historia, pues no volví por la facultad) retomando las lecturas políticas de forma que las ganas de luchar contra la dictadura volvieron con fuerza e hicieron que empezara a colaborar con el PCE. En efecto, dos meses después de licenciarme (la mili era tan larga que me dio tiempo a matricularme en Primero de nuevo, antes de que terminara) estuve en el famoso encierro del Obispado pidiendo la libertad de Alfonso Perales y de otros compañeros detenidos del Colegio Universitario.

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