Napoleón, por fin embalado
El Arco del Triunfo es una farsa, ya que en sus paredes están grabados los nombres de todas las batallas que llevó a cabo Napoleón, masacres masivas, especialmente en España. Pero no se menciona a las víctimas en modo alguno. Hoy el Emperador de Francia sería llevado ante la Corte Penal Internacional de La Haya
Guy SormanActualizado:26/09/2021 23:55h
La epopeya napoleónica, que fue una masacre a escala europea, precursora del nazismo y el estalinismo, sigue siendo extrañamente celebrada por dos monumentos parisinos muy feos y gigantescos: una tumba de pórfido bajo la cúpula de los Inválidos y, lo que es peor, un Arco del Triunfo de estilo romano, pero cuatro veces más grande que el de Tito. Este Arco del Triunfo, tan simbólico de París como la Torre Eiffel, es una farsa, ya que en sus paredes están grabados los nombres de todas las batallas que llevó a cabo Napoleón, aunque algunas de ellas fueron en realidad derrotas: todas, en cualquier caso, fueron masacres masivas, especialmente en España. Pero no se menciona a las víctimas en modo alguno.
Hoy el Emperador de Francia sería llevado ante la Corte Penal Internacional de La Haya por crímenes de lesa humanidad.
Contra toda razón y toda decencia, este catafalco es un lugar sagrado ante el cual se recogen los jefes de Estado, franceses y extranjeros. ¿En qué piensan cuando se inclinan ante este monumento funerario? ¿Meditan sobre los muertos o recuerdan lo que fue la gloria de Francia? Una gloria erigida sobre un mar de sangre y una montaña de esqueletos. Afortunadamente, ahora este osario está oculto a la vista, completamente cubierto con una tela de un tono gris metalizado: una instalación genial y espectacular imaginada por el artista búlgaro Christo, asistido por su esposa Jeanne-Claude, los dos recientemente desaparecidos.
Jeanne-Claude era francesa y Christo búlgaro, y vivieron sucesivamente en París y Nueva York. Christo lo envolvió todo, comenzando con objetos, y luego monumentos, como el Parlamento de Berlín y el Pont Neuf de París. También envolvió paisajes: Central Park en Nueva York, el lago de Garda en Italia. Sus obras, que exigían años de preparación, incluyendo arduos permisos administrativos, eran maravillosas y efímeras, dos semanas, por lo general, y este será también el destino del Arco del Triunfo. Para este, yo hubiera preferido un envoltorio eterno, una tumba para reemplazar la supuesta gloria de este Imperio.
Para mi consternación, la disputa sobre este envoltorio es solo estética. Algunos parisinos lo encuentran muy feo, aunque es muy bonito, pero olvidan reflexionar sobre lo que al final oculta Christo: todos esos crímenes napoleónicos. Sin duda, está prohibido ironizar sobre la gloria del Imperio, no por la ley, sino por el lavado de cerebro impuesto desde la escuela a los jóvenes franceses.
El propio Christo, si aún estuviera entre nosotros, no haría ningún comentario: hablaba poco, en búlgaro mezclado con francés e inglés, dejando que cualquiera interpretara su embalaje.
Por lo tanto, no se discute sobre Napoleón, como cabría esperar, sino sobre el embalaje. ¿Es arte? He observado a menudo que el arte divide a las multitudes incluso más que las ideologías y las religiones. Sabemos que, en su época, las pinturas de Caravaggio provocaron batallas campales, porque los devotos consideraban que sus representaciones del cadáver de Cristo eran demasiado realistas.
Sabemos que los impresionistas, en su época, provocaron duelos entre sus seguidores y los seguidores del arte académico. La pirámide de Pei, en el patio del Louvre, partió Francia en dos. Hoy las disputas son aún más vivas, ya que los artistas, incluido Christo, han escapado de los moldes; instalaciones efímeras que no se pueden colgar en ninguna pared, o incluso imposibles de exponer, han sustituido a lo que antes constituía los límites del arte. En verdad, el arte ya no se define por lo que muestra, sino por la sensación que provoca: mi confusión, mi emoción, mi odio, componen el arte y el artista es quien provoca esas emociones. El arte en el sentido clásico está desapareciendo igual que Internet sustituye la correspondencia manuscrita de antaño y las redes sociales ocupan el lugar de los periódicos.
El arte es también, y esta es una de sus nuevas dimensiones, un mercado, algo que entendió Christo. No se puede comprar el Arco del Triunfo empaquetado, pero las galerías de arte venden los bocetos de Christo, de modo que las ganancias de esas ventas financian la gigantesca instalación. Christo siempre actuó así, pues había comprendido que hoy hay en el mundo una multitud de aficionados genuinos y de nuevos ricos idiotas, muy adinerados que, al adquirir una estampa, incluso un trozo de tela para envolver, financiarían la obra real, cuyo destino es desaparecer sin dejar rastro.
Por lo tanto, el Arco del Triunfo empaquetado, lo que exhibe y al mismo tiempo esconde esta verdadera obra, solo permanecerá en la memoria de quienes lo hayan visto. Quizá se lo cuenten a sus hijos y nietos: yo lo haré.