Conquista
- ANDRÉS TRAPIELLO
Actualizado Jueves, 19 agosto 2021 – 18:48
¿De qué tiene que pedir perdón un catalán por lo sucedido en una Conquista en la que Cataluña apenas participó y por hechos de hace cinco siglos?

Conquista tarda en cruzarse uno o dos minutos por una carretera comarcal. En agosto, a pleno sol, menos. A un lado, encinas raquíticas; y al otro igual.
Contrasta la humildad del lugar con este nombre tan «alto, sonoro y significativo». Podría llegar a pensarse, viendo su apocamiento, que en la toponimia llevase la penitencia por quién sabe qué crímenes antiguos.
La descripción del Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico (1847) anda poco más o menos como se haría hoy: «El terreno es en lo general de ínfima calidad. Tiene 47 casas que no guardan uniformidad, la del ayuntamiento y la cárcel en el mismo edificio; escuela de primera educación dotada con 1.100 reales de los fondos públicos a la que asisten 21 niños de ambos sexos; iglesia bastante capaz, pero de aspecto miserable; una ermita arruinada que sirve de cementerio y un palacio, también arruinado, que perteneció al marqués de la Conquista». El nombre del pueblo no figura en Google Maps, pero sí su cementerio. Sigue la iglesia en pie, ya no hay cárcel y no sé desde hace cuánto dejó de tener veintiún niños ni desde cuándo llevará cerrada la escuela. Con esto y con todo, tiene un encanto especial, sabiéndolo todavía habitado por gentes que tendrán sus sueños, como todo hijo de vecino. Fue el primer marqués de la Conquista Francisco de Pizarro.
Su palacio sigue tal y como lo vio quien enviara sus informes en 1847 a don Pascual Madoz, tal y como lo dejaron los franceses después de pegarle fuego en 1809…
Hace dos semanas el mandatario mejicano López Obrador se refirió a Hernán Cortés y a la Conquista con ocasión del quinto centenario de la victoria de este sobre los mexicas. Acaso se recuerde todavía cómo este hombre partidario del copyleft exigía el copyright mundial de los huipiles y sarapes tradicionales. Sus palabras recientes, dictadas por un encono de opereta, causaron estupor y asombro. Algunos, no obstante, las dieron por buenas. El delegado de la Generalidad de Cataluña en Méjico (hay uno) se apresuró a decir: «Nosotros ya hemos pedido perdón», añadiendo de inmediato que el contencioso histórico de Méjico con España «no nos afecta». ¿Nosotros? ¿Nos? ¿En nombre de quién habla? ¿Y de qué tiene que pedir perdón un catalán por lo sucedido en una Conquista en la que Cataluña apenas participó y por hechos sucedidos hace cinco siglos? Lo mismo valdría que lo pidiera la comarca del Bierzo por el Saco de Roma o las degollinas del duque de Alba en los Países Bajos.
Las vidas de Cortés y Pizarro son en cierto modo paralelas: ambos fueron extremeños y coetáneos; dieron fin, uno, al belicoso azteca y el otro a los crédulos incas en campañas tan vertiginosas como esforzadas, crueles y expuestas; los dos desposaron a mujeres indígenas, los dos se enriquecieron con botines y rapiñas; durante tres siglos, hasta su Independencia, recibieron trato de héroes y sepultura egregia. Les diferencia la muerte. Pizarro acabó asesinado en las guerras civiles que empeñó «la pizarrada» (él y sus hermanos), y Cortés, astuto, iluminado y ambicioso, «murió de su muerte». Esto sí, de Pizarro tal vez no pueda decirse lo que de Cortés dijo Octavio Paz: «No es fácil amarlo, pero es imposible no admirarlo».
Aunque Enrique Krauze, el historiador mejicano heredero intelectual de Paz, aconseje a López Obrador que «no insista en pedir a España que se disculpe», este persistirá en sus palinodias indigenistas (le va en ello el voto). Podría decirse incluso que hubiera leído el libro de FerlosioEsas Yndias equivocadas y malditas, el panfleto más feroz jamás escrito contra la Conquista y, de paso, contra la Historia Universal. Ataque, afirma Ferlosio, que no admite «ambivalencias, como quienes dicen [que en la Conquista] “hubo de todo”; ni siquiera el rechazo puede ser relativo, tiene que ser radical».
Desfilan por su escrito con la mayor crudeza los aperreamientos de indios («aperrear es haçer que perros le comissen o matassen, despedaçando el indio, porque los conquistadores en Indias siempre han usado en la guerra traer lebreles e perros bravos e denodados», cuenta Fernández de Oviedo), las epidemias traídas por los españoles, su codicia, el uso de la espada para imponer la cruz y de la cruz para sojuzgar las libertades, el «falso mestizaje» o «violación étnica»… Deja Ferlosio la Brevísimarelación de la destrucción de las Indias de Bartolomé de las Casas en prensa rosa.
Claro que López Obrador, de haberlo leído, no debió de llegar a esa parte en la que Ferlosio asegura que es salir de Málaga para entrar en Malagón dejar de dar crédito a la historia escrita por los vencedores para dárselo únicamente a la escrita por los vencidos, a las culturas prehispánicas en este caso, a las que Obrador presenta poco menos que como la Atenas de Pericles. El esfuerzo de Paz y de Krauze (autor de un estupendo ensayo sobre Cortés, publicado en Letras Libres) va en este sentido, buscando poner fin a la guerra civil que llevan los mejicanos con su memoria. «El odio a Cortés no es odio a España, es odio a nosotros mismos», dijo Paz (y se ve también que más que la Conquista detestó Ferlosio las celebraciones del Quinto Centenario de 1992, que originaron en él esa tirria tan comprensible como poco ecuánime y un pelín sobreactuada).
Del palacio de Pizarro en Conquista quedan solo los cuatro muros. Del escudo nobiliario, unos bultos informes, osos rampantes, lobos, comadrejas, qué mas da, borrados por el tiempo. Tejados y forjados se han hundido y yacen esparcidas alrededor unas cuantas pacas de paja, poniendo algo cubista en ese paisaje metafísico. Mordisquean en ellas cinco o seis vacas. Otras dos han buscado la sombra de esa ruina, por defenderse del sol abrasador. La cerca huele a estiércol. Es cuanto queda allí de la gloria de los conquistadores.
¿Y de la Conquista? Queda el idioma. Ese puñado admirable de cronistas, Bernal Díaz del Castillo, Cieza, Fernández de Oviedo… y, por encima de todos, las maravillosas Cartas privadas de emigrantes de Indias que Ferlosio tenía también como lo mejor de aquellos oscuros tiempos. Tan oscuros como pasados.