El país atraviesa por un momento de riesgo. El sistema constitucional de la España unida y democrática está siendo asaltado sin que lo parezca. El grueso de la población forma su opinión sobre la situación política por los telediarios de las teles y todos ellos muestran normalidad, cuando no son artífices de esa deriva. El objetivo es el triunfo en toda España del golpe que empezó en Cataluña a favor de la destrucción del sistema. No es una situación irreversible, la nación ya empezó a reaccionar tras el discurso del rey del 3 de octubre. Pero debe continuar. Porque con la complicidad de este presidente no votado y su acólito comunista, que parece el jefe, la amenaza ha crecido exponencialmente. Todos los indicios apuntan a que el primer objetivo a conseguir es la impunidad de los golpistas encarcelados. En un primer momento el gobierno socialpodemita, dependiente del voto separatista, comenzó a criticar la prisión provisional de los culpables, luego se negó a responder si les daría un indulto en caso de condena (es decir, lo daría), más tarde obligó a los abogados del estado a rebajar la pena de rebelión por la de sedición, y en estos días desacredita al Supremo -ya de por sí desacreditado con las desafortunadas actuaciones de una de sus Salas- posiblemente para debilitarlo ante la decisión que deberá tomar por los graves delitos cometidos (el ejecutivo corrige al judicial: el estilo es bolivariano puro). Algunos argumentan que como para el indulto hace falta la petición y el arrepentimiento del indultado, se negocia una amnistía. Hay otros muchos síntomas de ese “proceso”, entre otros, despenalizar las injurias al rey, no responder de la acción del gobierno en el Parlamento (hay varios ministros pendientes de explicaciones, incluido el presidente), criminalizar a la oposición estigmatizándola de extrema derecha o mediante la construcción de “magnicidas” de hojalata u homologándola al bando franquista de la guerra –que se sepa el PP no estaba allí, sí el PSOE guerracivilista de Largo y Prieto-. El caso es que España, en otras esferas, marcha razonablemente bien. Pero la amenaza está ahí y la auténtica socialdemocracia, si aún queda, no reacciona. Hace falta conciencia, movilización popular y que los constitucionalistas antepongan la unidad a sus intereses partidistas.