Este Silvio del que hablaré hoy no es Silvio Rodríguez, el cómplice de Castro que pide un referéndum en Cataluña en nombre de la democracia que le niega a Cuba. No, este Silvio es el genial rockero sevillano, cuya muerte se rememora el 1 de octubre.
Silvio amaba a Cádiz. El maestro Burgos cuenta que una vez el rockero salió del bar ABC y le dijo:
– Tenemos ahí una discusión, y usted me va a dar la razón: ¿a qué donde hay gracia de verdad es en Cádiz, que en Sevilla lo que hay es guasa?
Un inciso: se necesitaría un libro para escribir los numerosos piropos que sevillanos geniales, como Antonio Burgos, Paco Robles, los Morancos, Jesús Quintero, Soto, el adoptivo Carlos Herrera, y otros muchos, dedican a Cádiz con frecuencia. Aún recuerdo con emoción la mañana en que Herrera empezó su programa matinal con el “me han dicho que el amarillo”, y diciendo que la noticia del día era que el Cádiz había subido a Segunda, “como paso previo a Primera”. A continuación, tras unos minutos de homenaje al Cádiz, habló de otras noticias secundarias como… ¡las elecciones generales¡ Los gaditanos tenemos una gran deuda de cariño con la mejor Sevilla.
Pero volvamos a Silvio. Silvio fue mucho más que un exponente genial del rock andaluz de mi generación, ésa que escuchaba Radio Rota y cuyos grupos tocaban en la Base (el mejor fue Simún, de Cádiz).
Inclasificable, Silvio tuvo una identidad polifacética: percusionista, cofrade, sevillista, fumador, bajista, vocalista, coinventor del flamenco-rock, amante de la música italiana, showman y “alcoholista”.
A una pregunta de Jesús Quintero, el Loco, (“Colina”, le llamaba Silvio) sobre qué le disgustaba de este mundo –pregunta que buscaba una respuesta sobre la injusticia social, etc.- respondió:
– que me cierren los bares.
Pero la lección más importante que legó, en estos días de separatismo y xenofobia encubierta, es que supo aunar las pasiones encontradas que caracterizan a Sevilla (y a España) -Triana y Macarena, Sevilla y Betis, Joselito y Belmonte, rock y copla-. Era de izquierdas, pero nunca cargó con el pack progre, porque era tan católico, que no “necesitaba practicar”, y cantó aquello –nada sutil, pero que suena ejemplar ante el golpismo hispanófobo- de que “el orgullo de mi corazón, se desborda al ver a mis paisanos, decir conmigo, viva lo español”.