Algunos de nuestros progres más entrañables han recordado que durante 2017 se cumplirá el centenario de la revolución rusa, como si ésta no fuera sino un hito de miseria y muerte. Sus comentarios, una vez más, han ido en la línea del eufemismo y de los tics del posestalinismo. Según esta propaganda, el único malo de la Historia soviética es el “dictador” Stalin, pero no Lenin y Trosky, precursores de “una sociedad nueva”. En realidad, el terror de masas que caracteriza a la revolución comunista, criminógena por naturaleza, es programado por Lenin y Trosky como un elemento de gobierno, ya desde el origen. Si el zarismo ejecutó a más de 3000 personas en un siglo, los bolcheviques sobrepasaron esa cifra a los cuatro meses de haber tomados el poder. Los propios campos de concentración de Hitler están inspirados en los de Lenin. Lean al respecto, “El libro negro del comunismo” y “El pasado de una ilusión”. Como dijo el imprescindible E. Nolte, en lo que se refiere a las medidas de exterminio hay una correspondencia extrema entre nazismo y comunismo. En lo económico también se parecieron ambos regímenes. Von Mises relaciona los diez puntos de urgencia del Manifiesto Comunista con el programa de Hitler. “Ocho de esos diez puntos fueron ejecutados por los nazis con un radicalismo que hubiera encantado a Marx”, observa irónicamente Mises. En la Rusia soviética no se volvió a hablar de sindicatos, del derecho a la huelga ni de explotación obrera. Si Stajanov trabajaba como 16 hombres, no era explotación, sino “esfuerzo por la continua superación en el rendimiento en el trabajo”, como dice un manual de…¡nuestro Bachillerato!. A pesar de todas estas evidencias, el comunismo sigue siendo una ideología democráticamente aceptada, incluso “progresista”, especialmente en el sur de Europa. Sin ir más lejos, hoy, los que se dicen herederos de esta ideología, ayudados por el pedrismo socialista (¿dónde están esos valientes pedristas de Cádiz?), han estado a punto de “asaltar el cielo” de España. En Cádiz ya se han instalado dentro de nuestras murallas, como si nada. Un libro clave, “El conocimiento inútil”, del gran J.F. Revel, ayuda a comprender cómo hemos podido llegar hasta aquí. A estas alturas, el lema excomunista tendría que ser: ¡Proletarios del mundo, perdonadnos!