La primera de las fuerzas que rigen el mundo es la mentira, dijo JF Revel en “La connaissance inutile”, un libro imprescindible. En Cádiz desde luego es así. El INE (Ais Group), el ente de mayor crédito estadístico, nos acaba de situar como una de las ciudades de menor riesgo de pobreza de España, pero desde aquí proclamamos y exportamos la mentira de que somos Ruanda. Pero no quería yo entrar hoy en temas de tan hondo calado. Quería más bien tratar con la alegría que me caracteriza, otra plaga: la ordinariez, en su variante de expresiones y actitudes que pretenden pasar por elegantes. Empecemos por las escatológicas. Mencionar nuestras necesidades fisiológicas está prohibido socialmente. Esas expresiones no existen. En Cádiz aún se oyen sin embargo anticuados eufemismos, como “obrar”, “orinar”, o la sin par “hacer de cuerpo”, todos de sonido espantoso. Si para “hacer de cuerpo”, encima se va al “váter”, entonces queda arruinada definitivamente la aparente elegancia verbal de cualquier individuo. Se va al baño, pero nunca al “vater” (lo de “toilette” ya es de juzgado de guardia). Tampoco es de recibo, por razones que me avergüenza exponer, informar de ciertas dolencias, como “padecer de hemorroides”, o mucho menos, “de almorranas”. Lo de llevarse una “mudita”, aunque venga en el diccionario, no es apto para personas normales. Las locuciones relativas al amor, y en concreto las que conciernen al fornicio, tienen una especial propensión al mal gusto. No son admisibles las de “hacer el amor”, por demasiado cursi, o “realizar el acto”, por hortera. En este punto es necesario pararse en los que celebran el “día de los enamorados”, los cuales deberían ser sometidos a una reeducación urgente. Si además, con singular pleonasmo, “obsequian un presente” a su enamorada, entonces estamos ante un hortera de imposible enmienda. Lo del “día de la madre” también tiene delito, aunque se puede perdonar, si la madre es muy anciana y necesitada del cariño filial. Un “que aproveche”, un “me personificaré allí”, correr por la orilla de la playa, o en un arrebato anímico, cantar el “vaporcito”, también son intolerables. No es fácil no ser ordinario. Yo mismo me he extraviado en desaforados desvíos emocionales, sin ir más lejos en Córdoba, ante los goles del Cádiz. Continuará.