Si una taberna, según el diccionario, es un establecimiento público popular donde se sirven bebidas y comidas, una taberna con solera es la que posee un carácter y/o una historia que le hace formar parte de la cultura y la vida de una ciudad. Hoy vamos a hablar de aquellas tabernas de Cádiz con solera en las que fuimos felices y hoy han desaparecido. A ellas, como a las de hoy, no sólo se iba a a beber un buen vino y a tomar una apetitosa tapa sino sobre todo a disfrutar de la atmósfera del lugar, a sentirse dentro de un mundo de tradición y sabiduría. De aquellas tabernas, la reina del flamenco fue La Privadilla, situada en la Plaza Gaspar del Pino, a la que se le atribuye un origen dieciochesco. Daba a la calle Cuna Vieja, que no puede haber nombre más literario y bello. A La Privadilla iban los cantaores de Cádiz para ganarse la vida y comenzar allí sus juergas que prolongaban hasta el amanecer. Sus espectaculares cabezas de toro evocaban también su carácter taurino. ¿Quién no recuerda El Maestrito en el barrio de la Viña? Sus papas aliñás eran las mejores, y aún evocamos su delicioso sabor. Además, tenía el pescado más fresco y mejor frito del barrio. El servicio, de carácter familiar, era exquisito y de gran pulcritud, aunque fuera de toda pretenciosidad. Otra taberna inolvidable fue El Pedrín, en la calle San Juan de Dios, al lado del Ayuntamiento. Allí tuvieron lugar innumerables tertulias realizadas alrededor de las limetas o medias limetas gaditanas. El mejor vino de Chiclana era servido en El Pedrín. Un bar que tuvo vida efímera pero que dejó huella fue El Burladero de la familia de los Melus. Como amigo de Perico, allí pude degustar la mejor berza y escuchar los mejores cantes de los años 60. Hay algunas tabernas de solera que han cambiado de manos y de aspecto. Es el caso de El Cañón, mejorada exquisitamente por Quico Zamora. De ella siempre se dijo que era la taberna más antigua de Cádiz. Una taberna de carácter popular por situación y clientela fue La Sorpresa, en la calle Arbolí. Sus limetas eran muy apreciadas por los parroquianos de los alrededores. Hoy, sus nuevos dueños, la conservan con mimo. Sin ser estrictamente taberna, uno de los lugares de más sabor en Cádiz fue El Parisién, en la Plaza de San Francisco, que también ha sido restaurado recientemente. El Parisién de los años 50-70 fue un centro de tertulias de la intelectualidad gaditana, quizás atraída por su exquisita estética de marquesina modernista (?), techo de arabescos y pequeños azulejos.