Ahora todo el mundo ve claro la estrategia del presidente ante el desafío secesionista, aunque no lo digan. Rajoy no ha inflingido humillaciones innecesarias, ha protegido la convivencia, no ha dado lugar a la épica catalanista –un delirio que muestra la españolidad del independentismo-, y sobre todo ha sorteado la falta de apoyos. Si finalmente todo sale bien -aunque aún quedan pasos decisivos-, pasará a la Historia como un estadista de la talla de Suárez o González.
Pero no todos han estado a la altura. Los hiperventilados -entre los que en algún momento de justa indignación hemos estado todos-, le reprochaban no haber aplicado el 155 mucho antes, especialmente a partir de la bolivariana sesión parlamentaria de septiembre. Una parte de Podemos quería negociar la soberanía nacional con esta gente mediante un referéndum pactado, y otros, saludaron a la “republica catalana”. Hasta ayer, el PSOE no ha sido partidario de aplicar el 155. Finalmente sí, pero con condiciones: si el valiente Puigdemont hubiese convocado elecciones autonómicas, los socialistas no hubiesen secundado su aplicación. Al menos algo ha habido positivo en esta arriesgada catarsis: la incorporación -¿definitiva?-, a la españolidad constitucional de la corriente socialista más recelosa: el pedrismo; y el desplome pijoflaútico.
C´s ha sido el grupo que más ha respaldado al gobierno, si bien en un principio parecía que lo criticaba más que lo apoyaba, y al final, lo urgía más de la cuenta. Cosas del cálculo electoral y del narcisismo de Albert.
En el exterior, Bruselas apoyaba, pero aconsejaba “dialogo”. Y la prensa internacional “seria” (representada por el “progresista” New York Times), se dejaba llevar más por el relato de los mitos de la España franquista, aprendidos en las facultades de periodismo-leninismo, que por la realidad de esta España libre y próspera.
Fue necesaria la declaración de la republica de la Señorita Pepis para que llegara el consenso. Y después, lo que hace un mes ni soñábamos: que la pesadilla esté acabando, y en paz. Queda aún mucho camino por recorrer. Primero, unas elecciones autonómicas: ¿sabrá valorar el electorado la actuación de unos y otros en este desafío que nos ha podido llevar al caos? Más tarde llegará el gran reto catalán: la educación, la lengua y los medios públicos.